18 noviembre, 2012

Desde mi ventana - Parte 3

  ¿No es irónico que conozcas a alguien de tu ciudad fuera de ésta? ¿Que le conozcas y, a la vez, te prendas de esta persona? Pues esto es lo que me ocurrió. Justo cuando comencé la universidad, cuando me marché de casa, me encontré con César. Un chico de mi edad, que creció en un barrio situado a tan sólo cinco minutos de distancia del mío y con el que probablemente me he cruzado más de mil veces a lo largo de nuestras vidas y nunca nos fijamos el uno en el otro. Pero fue justo en otra ciudad donde nos conocimos y donde me enamoró. Una historia de amor que ocurrió tan sólo en tres meses. Rápido, ¿verdad? 

  Era la primera vez que paseábamos por nuestra pequeña ciudad juntos, conociéndonos y bajo las miradas de otros conocidos. Bajo las luces de Navidad y los sonidos de villancicos que salían de las tiendas. Él no dejaba de sorprenderme con rosas y chocolates cada día del mes de diciembre. Él se mostraba enamorado y yo, yo creía estarlo. 

  Era el último día antes de volver a la universidad, el último día en mi ciudad. César me acompañó a casa. Bueno, llegó hasta la calle de al lado, donde nos habíamos acostumbrado a despedirnos. Estábamos allí, haciéndonos carantoñas de "recién casados". Mi corazón latiendo a mil por hora por cada respiración suya que sentía... pero mi respiración cesó cuando escuché un jadeo caer sobre unos pasos pesados. Mis labios, justo frente a los de César, le dieron esquinazo a éstos y noté cómo mi pelo golpeó su cara. Mientras, mis ojos captaron las imágenes a cámara lenta: Álex. 

  Álex. Hacía ya tres meses que no pensaba en él... venía enfundado en ropa deportiva, sudoroso en pleno invierno. Dejando salir una fuerte respiración. Aminorando su ritmo cuando su mirada se cruzó con la mía... Álex. ¿Cómo pude olvidarme de él? ¿Cómo pude olvidar esa conexión que creía que había entre nosotros?

  -Adiós- dijo, sorprendido, dejándome de mirar y doblando la esquina con la cabeza gacha. 
  
  Ni me dio tiempo a responder. Simplemente, me sentía avergonzada. ¿Por qué? No lo sé. Algo dentro de mí se sentía mal. Como si hubiera roto algo ajeno. 

  -Creo que debo irme a casa -dije rápidamente a César-. ¡Chao! -exclamé rápidamente y allí lo dejé, con la palabra en la boca, sin darle tan siquiera un beso. 

  Aligeré mi paso. Quería verlo. Hablar con él. Preguntarle cómo estaba. Pero cuando torcí la esquina, sólo vi su pierna, su cuerpo terminando de entrar en casa y un portazo tras él. Así que me fui a casa, cabizbaja. 

  Y sentada en mi cama, mirando por la ventana, recordando cuando, meses atrás, solía observarlo desde ahí, me di cuenta de que yo no quería a César.



1 comentario:

Críticas y comentarios