22 agosto, 2017

Reseña: Ana, la de Tejas Verdes - L. M. Montgomery

Autora: Lucy Maud Montgomery
Año: 1908 (primera publicación)
Páginas: 320 aproximadamente
Género: Infantil, juvenil, clásico
Editorial: Varias






Cuando en lugar del chico huérfano que querían adoptar es una niña pelirroja de once años, Ana Shirley, la que entra en las vidas de Marilla y Matthew Cuthbert —dos hermanos solteros que residen en su casa de Tejas Verdes—, todo cuanto les rodea cambiará para siempre.









Ana Shirley me ha encandilado de principio a fin. Una niña que al principio parece ser excesivamente soñadora y delicada, te sorprende con su capacidad imaginativa y para superarse a sí misma y a los baches que le van surgiendo en su camino en Avonlea.

 Ana es una huérfana de 11 años que es adoptada por error por los veteranos hermanos Marilla y Mathew Cuthbert, quienes esperaban un chico que les ayudara en las tareas de su hacienda. Todo parecen ser desdichas para Ana, que no hace nada más que tropezar con muchas piedras, pero la peculiaridad de su personalidad hace ganarse el corazón de todos. 

A lo largo de la trama vemos, entre capítulos que se mecen entre infortunios y momentos entrañables e incluso un tanto cómicos, cómo Ana va evolucionando y creciendo.

Su vocabulario y su forma de expresarse nos deleita y nos regala algunas reflexiones.

"Uno no puede estar triste mucho tiempo en un mundo tan interesante."

La forma de narración de la autora hace muy fácil poner imagen en tu imaginación a todo lo que vas leyendo, desde los personajes hasta cada uno de los paisajes y las situaciones.

Aunque el personaje se inicia en el libro con una edad de 11 años y está clasificado como clásico infantil, es totalmente recomendable para todas las edades, e incluso me atrevo a decir que se enfoca más en un público algo más maduro debido al curso que lleva la trama y al sentido de la narración. 






Puntuación:

5/5











También recomiendo:


La razón inicial que me invitó a leer Ana, la de Tejas Verdes, fue la nueva serie de Netflix estrenada hace sólo unos meses basada en el personaje creado por L. M. Montgomery: Anne with an E. 

Se tratan de 8 capítulos de unos 40 minutos que vendrían a ser más o menos la primera mitad del libro aunque con bastantes cambios en la trama, exceptuando en lo esencial. 















Anne of Green Gables (Anne of Green Gables, #1)Anne of Green Gables by L.M. Montgomery
My rating: 5 of 5 stars

No tengo palabras para describir lo enamorada que me ha dejado el personaje de Ana. Su afán apasionado, soñador y enérgico se transmite a lo largo de todo el libro, en el que vamos evolucionando con el personaje y viendo cómo, entre desdichas y errores, Ana se hace con el corazón de todos, incluido el del lector.

La escritura de L. M. Montgomery es apasionante, con un vocabulario exquisito a la par que sencillo. Te cautiva con cada frase, ya sea salida de Ana o en la propia narración.

Una primera lectura de la autora que te invita a continuar adentrándote en la peculiar vida de Ana en Avonlea.

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15 agosto, 2017

¡Crea tu propia carta de Hogwarts!

Hace mucho, mucho tiempo que no escribo nada nuevo en el blog, y después de este largo parón vuelvo con algo que todos los que hemos crecido con Harry Potter esperamos cuando septiembre se acerca: ¡la carta de aceptación de Hogwarts!

¿Quién no espera, año tras año, encontrarse en su buzón la carta de Hogwarts? 

Hay muchas formas de adquirir la tuya, una de ellas es comprándola vía online para que te llegue a casa. PulsiLand  es una de esas tiendas que ofrece esta posibilidad.

También puedes pedirla en Aliexpress, aunque igual te puede llegar algo nefasto como que puede ser extraordinario. 

Pero quizá esto se te escape de tus posibilidades económicas o lo que quieres es tener un detalle con algún amigo friki de Harry Potter y que no te salga demasiado caro. En este caso, hay muchas maneras de crear tu propia carta

En esta web te explican cómo hacer tu propia carta a través de plantillas. Lo único que añadiría yo es que hay que tener cuidado a la hora de "envejecer" el papel tras imprimirlo, no vaya a ser que al humedecerlo se emborronen las letras impresas.


En Youtube hay miles de DIY para hacer tu propia carta. Este me gustó mucho por su sencillez y rapidez.



Por último, yo os dejo mis propios diseños de la carta de Hogwarts que he hecho (no soy profesional en diseño) en español. Hay dos versiones, para imprimir con el texto en negro y con el texto en verde (lo del verde lo entenderás si lees esto). Solo tienes que descargar el archivo, que se descargará en Word para que puedas editar el texto y poner el nombre que quieras, ya que yo he puesto por defecto el de Harry. 


La tipografía que he utilizado es Pristina, si tú no la tienes en tu ordenador puedes descargarla o simplemente cambie el tipo de letra a una cursiva. También puedes cambiar el tamaño.

Además también he hecho la carta donde vienen todos los materiales necesarios para el primer curso en Hogwarts, así como el sobre. Esto podéis imprimirlo en un folio blanco y envejecer el papel o comprar papel de pergamino directamente. En general, hay que seguir los pasos del vídeo de arriba.

Descargar plantillas en español:



¡Espero que esto os sirva para haceros un genial autoregalo o para sorprender a alguien a quien le haga mucha ilusión!


08 marzo, 2017

Otro Día Internacional de la Mujer más

En un día como hoy, voy a poner como ejemplo a mi madre. Parecerá un tópico dedicar unas palabras bonitas por el día Internacional de la Mujer a mi madre, pero sólo pretendo contaros su historia y hacer ver que, como ella, hay millones de mujeres en el mundo.

Ella es la chacha de la casa. Siempre lo ha sido. Creció en una casa donde había tres mujeres y cinco hombres. Su hermana mayor se marchó pronto, así que pasaron a ser dos mujeres y cinco hombres. Dos mujeres que se encargaban de limpiar toda la casa, hacer las camas, hacer la comida... y trabajar en el campo. 

Cuando mi madre me habla de su infancia, me queda constancia de que fue una niña revoltosa, un torbellino. Se le daban bien las manualidades y el dibujo, pero nunca trabajó en el mundo artístico. Ha trabajado en Jaén, en Madrid, en Barcelona y en Francia, para finalmente volver a Jaén, donde estaba mi padre. 

Trabajadora desde los catorce años, acabó siendo empresaria y cocinera en un restaurante. Se casó, tuvo a mi hermano y después a mí. Se levantaba a las siete de la mañana para poner la lavadora y planchar, nos despertaba a mí y a mi hermano y nos preparaba para ir a clase, nos hacía el desayuno, nos llevaba al colegio y volvía a casa para recoger y limpiar un poco. Iba al restaurante a echar la jornada. Comía en el trabajo. Mis abuelos se encargaban de cuidarme a mí. Mi hermano ya era más mayor y se iba directo del colegio al restaurante y allí hizo infancia. Por la tarde, después de mis actividades extraescolares, mi abuelo me llevaba de vuelta a casa, donde me encontraba a una madre con escoba en mano. Y otra vez a atender a los niños, bañarlos, hacerles la cena, estar pendiente de ellos. Con suerte, algunas noches no tenía que volver al restaurante. Entre unas cosas y otras, se acostaba a las dos o las tres de la mañana. Y al día siguiente, a las siete otra vez en pie.

Desde los treinta y pico años, ella sentía dolores en los brazos. Pero se aguantaba y seguía trabajando. A los cuarenta y pico años, le dijeron que sufría artritis reumatoide, y le aconsejaron que dejara de trabajar. Fue cuando empecé a pasar más tiempo en casa y a darme cuenta de que mi madre necesitaba ayuda, y fue cuando empecé a realizar tareas del hogar más a menudo. Con doce o trece años, quizá menos.

Desde entonces, los recuerdos más destacados que tengo de mi madre es de ella limpiando la casa, poniendo lavadoras, haciendo la comida, fregando platos, recogiendo calcetines, calzoncillos y ropa en general que los hombres de la casa se van dejando en cada rincón. Recogiendo el plato sucio que alguien se dejó en la mesa del salón. Haciendo la cama de mi hermano de treinta años. Y aún así, yendo a trabajar aún al restaurante de vez en cuando.

A día de hoy, hay días que tengo que ayudar a mi madre a ponerse una camiseta. La veo tirada en el sofá sin hacer nada, porque no puede hacer nada. Tantas pastillas para calmarle el dolor de la artritis le están destrozando el estómago, y tiene angustia y vómitos al menos varios días a la semana. Le duelen los tobillos y a penas puede andar. Le crujen las rodillas. Tiene las muñecas y los codos tan hinchados que parece que le van a explotar... pero, aún así, ella sigue quitando las manchas difíciles de las camisas de los hombres de la casa, ella sigue haciendo sus camas, ella sigue barriendo, fregando, haciendo la comida, ella sigue recogiendo calcetines desperdigados. 

Y de vez en cuando me suelta un "si no estuvieras aquí, no sé qué haría". 

Porque yo soy la única que le quita un poco de trabajo en casa. Pero yo no voy a estar siempre, y no sé qué va a ser de mi madre entonces.

Sé que mi madre aguanta muchas lágrimas y mucho dolor. Sé que mi madre se ha perdido muchas cosas en su vida. Sé que mi madre ha tenido una vida de "esclava". Pero, ¿qué puedo hacer yo? Ella ha asumido ese papel desde pequeña. Y por más que yo le diga que es tonta, que plante cara y que no haga esto o lo otro, ella lo seguirá haciendo. 

Por eso, hoy y todos los días yo lucho por cambiar esto. Por eso, planto cara a cualquier persona que piense que las mujeres sólo servimos para cuidar a los niños y limpiar la casa. 

Por eso se celebran días como hoy. Porque hay millones de mujeres trabajadoras, madres, abuelas y enfermas, cuyo esfuerzo no es reconocido ni siquiera por el resto de miembros de su familia.

Si quieres hacer algo por tu madre, hoy ayúdala a hacer la comida, friega los platos y deja que descanse, por una vez, después de comer. Y dile gracias por todo lo que ha hecho por ti. Y repite esto todos los días. 

27 febrero, 2017

El frasco de las inseguridades

Se mira todas las mañanas en el espejo y, con suerte, un día a la semana piensa que lo que ve reflejado no está del todo mal. 

Pero por lo general, lo único que ve es su acné y las marcas que éste le ha dejado. Su nariz prominente. Los rasgos de su rostro poco femeninos. Sus colmillos amarillentos. El vello en sus mejillas que, probablemente, sólo ella ve. El cerco oscuro que rodea sus ojos. Sus ojos pequeños y tristes. Sus labios poco expresivos. Y la palidez de su rostro, lo único que no cree que sea algo malo.

Gasta demasiado tiempo al día usando productos cosméticos que sólo son una máscara inútil de lo que ella ve a diario. Una máscara no del todo efectiva, pero que al fin y al cabo, esconde la mayor parte de sus defectos a la sociedad. 

Crema para el acné, corrector para las ojeras, maquillaje para las marcas, dentífrico blanqueador para los dientes, máscara de pestañas para hacer la mirada más grande, colorete para darse un poco de vida...

Así consigue meter parte de sus inseguridades en el frasco.

Se viste y sigue sin gustarle lo que ve. No hay ninguna prenda con la que se siente a gusto. No hay ningún pantalón que no le quede grande. 

Se pone jerséis anchos y largos, para disimular la escasa forma de su figura. Y así se siente un poco mejor.

Se mira al espejo, y se siente preparada para cerrar el frasco y salir al mundo.

Se esfuerza en sonreír y hacer como si nada cuando cree que la gente le mira los hoyos de la cara, la enorme nariz, su fea sonrisa, en lugar de mirarla directamente a los ojos. Después rectifica y piensa que la gente tiene cosas mejores en las que pensar que fijarse en sus defectos físicos. 

Acepta lo que hay. Acepta que no es perfecta, pero que nadie lo es. Y se intenta aceptar tal y como es.

Pero eventualmente llega alguien que se cree con derecho a decirle que está demasiado delgada y que debería comer más, alguien que se cree con la potestad de decirle que está muy pálida o que tiene demasiadas ojeras. Alguien que se cree tan perfecto como para llamarla fea o decirle que parece que tiene la cara manchada.

Y se siente dolida. Y lo único que quiere es no salir nunca de casa, porque por más que intente disimular sus defectos, sabe que la sociedad los está viendo y, a sus espaldas o frente a ella, la critican. Y cree que no importan sus logros, sus buenas acciones ni su personalidad, porque la sociedad sólo la calificará por su físico defectuoso.

Lo que ella no piensa es que si fuera perfecta, si tuviera las medidas ideales en su figura, si vistiera con el mejor estilo, si tuviera la piel totalmente lisa, el tono bronceado adecuado, la nariz respingona, los labios carnosos, los ojos claros, el pelo perfecto, la sonrisa resplandeciente... la sociedad todavía intentaría buscar sus defectos.

Si es tan guapa, no será tan lista.
Yung Cheng Lin

Si es tan guapa, será una creída.

Si es tan guapa, será una puta.

Está muy buena, pero tiene pocas tetas.

Si es tan guapa, es normal que no la tomen en serio. 

No será perfecta, algún defecto tendrá. 

Si es tan perfecta, la sociedad también le sacará defectos.

Palabras como balas. 

El cuerpo un blanco fácil.

Porque la sociedad está hecha para destapar el frasco de las inseguridades de los otros. No importa cuánto te aceptes a ti mismo, porque siempre habrá alguien que te criticará. Pero ninguna persona debe permitirse vivir a base de las críticas de los demás. 

No vale encerrarse y no dejar que el mundo te vea por miedo a lo que digan. No vale dejarse afectar por lo que crees que pensarán de ti los demás. No vale cederle a los demás el privilegio de creerse con derecho a hundirte.

No le sigas el juego a los prejuicios. No te dejes ser víctima. 


14 febrero, 2017

Cuando llega San Valentín

Era irremediable ver corazones flotando en el aire en cualquier parte aquel día. Aquello le producía un sentimiento que no podía definir con una palabra exacta, pero era algo que se delineaba entre el asco y la añoranza. 

"Los tiempos han cambiado", se dijo. "Ahora hay gente que nunca se compromete y vive una vida plena, haciendo lo que quiere, e incluso tiene hijos". La idea cada vez le parecía más factible. "Además, ¿qué mejor que vivir mi vida como yo quiera, sin nadie que me moleste ni a quien yo moleste?", ahora incluso una masa de nubes en el cielo se le antojaron una pareja besándose, algo que no había dejado de ver en todo el día. "Podría ser perfectamente feliz en solitario".

Pero algo faltaba. El vacío de una mano rozando la suya, el silencio de una voz reconfortante, la euforia de una risa contagiosa. Cosas que, muy a su pesar, echaba en falta, solo a veces, cuando no se estaba intentando autoconvencer de la plenitud de una vida solitaria.



Aquel día, todo le producía un malhumor irrefrenable. No por que fuera San Valentín y el romanticismo fuera omnipresente en todas partes, sino porque no entendía la necesidad de mostrar tanto amor un único día al año. Una pareja acaramelada decidió sentarse cerca, y el festival de besos sonoros comenzó, así que se marchó. 

"Algún día me tocará a mí, supongo", se dijo. "Lo bueno es que ese día toda mi familia dejará de decirme que cuándo me casaré. Mientras tanto, tendré que aguantar el mismo cuento". 

No podía eludir el hecho de que aquel malhumor se lo produjera el amor que no tenía para dar ni recibir.

"En algún lugar estará", resopló una vez más antes de avistar, en aquel inmenso parque del amor, un banco que sólo ocupaba una persona. "Me sentaré ahí hasta que llegue el amor de su vida y me eche". 

Pero conforme más se acercaba, sintió la seguridad de que el amor de la vida de aquella persona no existía, porque nadie espera a alguien en un banco mientras lee un libro, totalmente ensimismado del mundo real, sin esperar ansiosamente la llegada de aquella otra persona.

Así que se sentó en el otro extremo, abrió su cuaderno y comenzó a dibujar. El tiempo pasó igual que la distancia entre esas dos personas se acortó, sus músculos se relajaron, y las miradas inesperadas eran cada vez más frecuentes. 

Porque quizá aún no lo sabían, pero a aquellas dos personas también les había llegado su San Valentín.