Capítulo 27
Esto es como de película: unas veinte personas, desde familiares hasta
amigos, esperando a que nos den la noticia de que ha nacido mi hermano. Papá y
la abuela están dentro. No dejaban entrar a más personas, y he querido que sea
mi abuelita quien presencie ese momento.
¡Ah! Eliot… Eliot está aquí sentado a mi lado, no se separa de mí y no
deja mi mano libre. Finjo gestos para soltarlo, como rascarme cualquier parte
de mi cuerpo, secarme el sudor, hacerme aire con la palma de la mano, colocarme
el pelo… pero él siempre vuelve a cogerla. Es como si se le hubiera olvidado la
pelea de hace un rato. No entiendo este tipo de cosas. Si has discutido con
alguien, ¿cómo haces para estar al instante como si nada? A mí, sencillamente
mi interior no me deja estar tranquila. Ya sea la tristeza, la ira, el dolor o
cualquier otra cosa, pero siempre hay algo dentro de mí que no me permite
tratar la situación como si nada hubiera ocurrido. Y la mano… ¿por qué me
agarra la mano? ¿No le he dejado lo suficientemente claro antes lo de ir más
despacio? ¿Cómo hay que decirle a Eliot las cosas para que las comprenda? Cómo
desearía que estuviera Drew en su lugar…
¿Pero qué hago pensando en Eliot y suplantándolo por Drew mentalmente?
Debería estar nerviosa, emocionada, eufórica…
-Cariño, ¿estás bien? –interrumpe Eliot mis razonamientos. Me quedo unos
segundos mirando al frente, tratando de respirar hondo, apretando en un puño la
mano que me queda libre, pero…
-¡Vete! ¡Quiero que te vayas! ¡Déjame en paz! ¡Déjame vivir este momento
sola! ¡Y no me llames “cariño”! –cuando acabo de gritar, me doy cuenta de que
estoy de pie, vociferando a Eliot desde arriba, él empequeñecido en su asiento
y abochornado, y toda la sala de espera mirándome en silencio.
Para escapar de esta situación, solo se me ocurre salir corriendo a
esconderme en cualquier rincón del hospital.
-No quiero que estés aquí cuando vuelva. Ya hablaremos –es lo último
que digo secamente antes de huir.
Me acomodo contra la pared y me dejo escurrir por la pared hasta
sentarme en el suelo de uno de los pasillos del hospital. Intento controlar mi
respiración para calmarme. No estoy triste, no estoy dolida, solo estoy
cabreada. Puede que como nunca en mi vida lo haya estado.
Al cabo de un rato, cuando me he tranquilizado, saco el móvil para mirar
la hora. Son casi las nueve de la noche, llevamos como unas dos o tres horas en
el hospital, ya no lo sé. De paso, me encuentro con algunos mensajes y llamadas
perdidas. No son llamadas ni mensajes de Kat, ni de Steven, ni de Drew. Ellos saben
que en estos momentos no los quiero ni los necesito. Sin leerlos, borro cada
uno de los mensajes que me ha enviado Eliot en estos quince o veinte minutos
desde que lo dejé.
Me espero un rato más a solas y después vuelvo a la sala de espera de la
maternidad, deseando con todas mis fuerzas que se haya ido, tantas que casi
noto súplicas ardiendo saliendo de mi garganta en silencio.
-Alison, ¡venga! –me grita la tía Gemma al verme- ¡Entra a verlo!
Así que… ya ha nacido. Mi hermanito. Mi nueva vida.
-¿Por qué no me habéis avisado?
-Teníamos miedo de llamarte al móvil después de lo de antes –confiesa
uno de mis primos.
No tengo palabras para describir una situación como tal. Son
sentimientos inalcanzables para las palabras, no se pueden definir. Es una
sonrisa que no puedes quitar de tu rostro, tan intensa y duradera que acaba
doliendo a las mejillas. Ojos humedecidos, dejando derramar de vez en cuando
una gota de alegría. Manos débiles, temblorosas, asustadizas y amables.
Cosquilleos… y no poder dejar de mirarlo.
Y la abuela… está tan emocionada. No deja de repetir que podría ser el
último nieto que conozca.
-Ali, cielo. ¿Me enseñarás la canción que le vas a componer a tu hermano? –me dice repetidas veces.
-Ali, cielo. ¿Me enseñarás la canción que le vas a componer a tu hermano? –me dice repetidas veces.
-Claro, abuela –me siento afortunada de poder hacer realidad sus deseos.
Tan solo un día atrás, hubiera tenido que decir que no.
He mandado mensajes a Kat y Drew para que sepan la noticia. Les he hecho
saber que está todo bien, mi madre y el bebé. Papá se ha quedado en el hospital
con mamá, que estaba destrozada físicamente.
Esta noche ha comenzado a llover así que, a pesar del frío, abro mi
ventana para que el olor de la lluvia que tanto me gusta entre.
Una vez relajada tras una ducha extremadamente caliente y una buena taza
de chocolate, me siento al borde de mi cama y “la” miro, dudosa. ¿Lo intento?
¿O mejor voy a dormir? Me atrevo a sacarla de su envoltorio, como si yo fuera
una niña abriendo alegremente el papel de una piruleta. Me siento, con ella en
mi regazo y comienzo a recordar algunos acordes. La música empieza a fluir de
mis manos y mis labios. Al principio demasiado flojo, casi susurrando, como si
estuviera asustada, lo hiciera de espanto… pero aquel mismo sentimiento que
perdí hace bastantes meses vuelve a mi interior y mi propia voz se apodera de
mí nuevamente.
Con el pijama puesto, el pelo recogido en una coleta con mi pelo rizado
y el flequillo lateral suelto, y una bufanda en mi garganta que casi hace juego
con mis calcetines, recorro mi
habitación como loca, bailoteando con mi guitarra a cuestas, como si de un
escenario se tratase.
Después
de una media hora tocando sin parar, me desplomo en mi cama con la guitarra aún
sobre mí. Me miro los dedos de la mano izquierda, están rojos de tanto apretar las
cuerdas, casi me duelen las yemas de los dedos. Pronto volverá a ser como antes
y podré tocar horas y horas.
De repente,
sin saber por qué, tengo ganas de llorar. De alegría y de frustración. ¿Cómo he
llegado a este punto? Sollozo, con mis manos sobre la cara, entreabriendo los dedos
dejando el techo visible a mis ojos. Durante
tres o cuatro minutos la escena se repite, hasta que el estornudo de alguien en
mi porche me hace distraerme de mis llantos.
Me seco
la cara con las mangas, suelto la guitarra sobre mi cama y me asomo a la ventana.
Y ahí está.
-¿Qué haces
ahí? –le digo.
-Quería
venir a verte, para saber cómo estabas y eso.
Corriendo,
bajo a abrirle la puerta y, antes de que dé un paso hacia dentro, me lanzo a sus
brazos y allí, en los hombros de Drew, continúo llorando.
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