24 abril, 2015

Acordes de amor y despedidas - Capítulo 2

Ahora he comenzado a pensar que mamá lleva razón, que debo asegurarme un futuro, que la guitarra sólo me ha apartado de la sociedad, de la vida real... así que he pasado mis últimos meses con ella y ahora estoy a punto de comenzar mi primer año de universidad y a punto de iniciar una nueva vida, una vida como la de los demás.

Me choca haber visto la expresión de entusiasmo en la cara de mamá al verme marcharme con la guitarra. Voy a la tienda de segunda mano para venderla. Sabe de sobra que hacer esto me entristece mucho, pero que lo hago por mí y por nosotros. Nuestras vidas han cambiado mucho en los últimos meses: el restaurante de papá va a pique y mamá ha sido despedida del trabajo por estar embarazada. Sí, aún en el siglo veintiuno pasan estas cosas y, sí, voy a ser casi veinte años mayor que mi hermano.

Ahora, además, tengo que pagar mi matrícula de la universidad. Por suerte, me han admitido en la Universidad de Pittsburgh para estudiar Español y no me tengo que marchar de casa, aunque tenga que hacer un recorrido de más o menos media hora en coche cada día. Por supuesto, esto ha hecho que me tenga que sacar el permiso de conducir este último verano, y papá me dejará su trozo de metal rojo con ruedas. Será un poco bochornoso, pero es el método más económico. No sé qué impresión daré en una universidad de tal reputación cuando me vean aparecer con un Alfa no sé qué de los años ochenta o noventa. Ni siquiera sé si esa marca se sigue vendiendo en Estados Unidos.

—¿A dónde vas?  —me grita mamá desde la ventana que da al porche de casa.

—¡Como si no lo supieras!  —digo en un tono irónico. No espero ninguna respuesta más que tenga que ver con lo que voy a hacer. Por si acaso quiere decirme algo más, aminoro el paso para que le dé tiempo.

—¿Te apetece venir luego de compras?  —me dice justo antes de salir de nuestro jardín delantero  —necesito ropa de premamá.

Me paro y me giro para mirarla.

—¿Con qué dinero? ¿No te puedes poner la de cuando estabas embarazada de mí?

—La doné, pensé que nunca la volvería a necesitar.

—Está bien. Tardaré media hora.

Entonces me vuelvo a girar, retomo mi camino y me sumerjo de nuevo en mis pensamientos.

Está claro que a la Señora Caroline, alias Miss Hippie, le ha afectado el embarazo al sentido común. En época de crisis, la suma de una matrícula universitaria, un bebé, un despido y un negocio en declive, da necesidad de máximo ahorro. No sé qué significará para ella el concepto “ahorrar”.

No tengo que andar mucho más de diez minutos cuando me encuentro frente a frente con la tienda de segunda mano. “Compra-Venta”, anuncia su cartel. Quizá el negocio no les vaya muy bien a los propietarios de esta tienda, salta a la vista que necesita una reforma en general: el cochambroso bordillo del escaparate está lleno de restos de pared desconchada color verde oliva, los cristales del escaparate y de la puerta tienen numerosas ralladuras y hasta el letrero parece tener como unos cincuenta años.

Al abrir la puerta, una tienda bastante amplia y muy bien organizada se abre ante mis ojos, aunque indica la misma necesidad de reforma que la fachada. Puedo ver algunas personas merodear de aquí para allá. Me centro en buscar el mostrador y un dependiente que tenga pinta de ser amable.

Tras la vitrina de la caja, una mujer de unos cincuenta años me dirige un agradable saludo.

—Hola hija, ¿en qué puedo ayudarte?

De repente, me siento muy nerviosa.

—Ummm... bueno, quiero vender una guitarra...  —me cuesta mucho decirlo.

—¿Es de tu propiedad?

—Sí, sí. Es... mi guitarra. Una acústica  ̶ ahora empiezo a vomitar palabras—. No sé si será apta para ser vendida. Tiene bastantes años, y la he utilizado mucho, pero también la he cuidado así que está como nueva. Además le he puesto unas cuerdas nuevas y la he limpiado a fondo...

            —No te preocupes. ¿Me la enseñas si eres tan amable?

—Sí, sí  —me la descuelgo de mi hombro derecho y la saco de la funda.

La dependienta coge la guitarra y le da un ligero repaso.

—Parece estar en buen estado. ¿Cuánto pides por ella?

Mierda. No había pensado en eso.

—Aún no lo tengo claro. ¿Puedo darme una vuelta por la tienda mientras lo decido? Si no le importa dejar la guitarra detrás del mostrador...

—¡Claro! Si no estoy cuando vuelvas, toca la campana  —me indica con su propia mirada dónde está ésta.

Sonrío en señal de agradecimiento y voy en busca de la sección de instrumentos. Por el camino, veo que hay una sección de ropa. Quizá haya ropa de premamá.

Cuando llego al pasillo de los instrumentos, estoy a punto de tropezar con una niña que está sentada en el suelo mirando embobada las guitarras. Ella ni se inmuta. Me coloco detrás de ella ya que es el único sitio desde donde mi vista alcanza a mirar los diferentes precios de las guitarras. Cincuenta dólares, cuarenta y cinco, treinta y nueve... no me esperaba que los precios fueran tan bajos. Teniendo en cuenta el buen estado de mi guitarra, le propondré a la dependienta el mayor precio. Con un poco de suerte quizá obtenga un buen beneficio.

—¿Te quieres comprar una guitarra?  —pregunta una vocecita apagada que viene desde abajo.

—No  —le sonrío a la niña que está sentada en el suelo—, voy a vender la mía.

—¿Por qué? ¿Ya no la quieres?

Esta pregunta me hace plantearme si realmente ya no la quiero.

—Sí  —antes de que me dé tiempo a decir algo más, ella pregunta otra vez.

—¿Y por qué la vendes?

Me pongo en cuclillas para estar a la altura de la pequeña.

—Bueno, digamos que, cuando te haces mayor, tienes otras necesidades y prioridades y... tienes que empezar a prescindir de ciertas cosas  —mi tono de voz se quiebra un poco, así que dejo de hablar de mí y le pregunto sobre ella.— ¿Tú quieres una guitarra?

Para mi sorpresa, la niña cambia su expresión de interés y sorpresa por una nostálgica.

—Sí...

—Quizá te guste la mía  —le sugiero.

—No importa, de todas formas no tengo dinero para comprar una.

—Algún día tendrás una  —la animo, recordando cuando yo recibí la mía.

Me pongo en pie y me dirijo de nuevo hacia el mostrador. La dependienta no se ha movido del lugar.

—¿Qué precio me sugiere usted?  —intento que tome la iniciativa a la hora de fijarlo.

—Unos treinta dólares.

—¿Qué le parece treinta y nueve?

—Me parece razonable. ¿Estás segura?

—Sí. ¿A qué precio se revenderá luego?

—Normalmente vendemos los instrumentos musicales quince dólares más altos de lo que nosotros los compramos.

—Cincuenta y cuatro dólares, si no me equivoco. He visto que el precio más alto de las guitarras es cincuenta.

—Sí, pero esta guitarra está en mejor estado que ninguna de las que hayamos recibido antes. Será la que tenga el precio más alto de venta desde hace muchos años en esta tienda  —la guitarra está aún apoyada en la pared detrás del mostrador—. Esta guitarra tiene algo especial.

Sus palabras me hacen sonreír.


—Tienes que rellenar este formulario para que quede constancia de que eres el propietario o encargado del objeto que vendes.

—Supongo que por el tema de la venta de objetos robados y todo eso, ¿no?

—Exacto —dice mientras me pasa un formulario y un bolígrafo.

Le echo un vistazo rápido: nombre completo, número nacional de identificación, fecha de nacimiento, dirección, firma... Me dirijo a rellenarlo pero antes de que me dé tiempo a escribir siquiera mi nombre, alguien me interrumpe.

—No lo hagas  —musita alguien desde mis espaldas.

Durante unos segundos, dudo si esa voz masculina se está dirigiendo a mí, hasta que decido mirar hacia mi derecha, un poco por detrás de mi hombro. Un muchacho joven me mira con una pequeña sonrisa en su cara, aunque a la vez denota rasgos de preocupación o quizá tristeza, no sabría decir qué.

—No lo hagas  —me repite para asegurarse de que sé que se dirige a mí.

—¿Perdón?  —digo, aunque en realidad conozco de sobra a lo que se refiere.

—¿Es tu guitarra?  —señala con un gesto de la cabeza hacía mi guitarra, la cual está siendo guardada de nuevo en su funda por la dependienta.

—Sí.

—¿Es que te has cansado de ella?

—No. Digamos que es una decisión por varios motivos conjuntos. Motivos personales  —aseguro antes de que me pregunte por ellos.

—Es una guitarra muy bonita.

Me quedo mirándolo sin decir nada. Me centro en pensar dónde he visto antes ese rostro, pero no caigo en ello ahora mismo.

—Algún día te arrepentirás, Alison  —¿cómo sabe mi nombre?

Entonces, interviene esta vez la dependienta.

—Bonita inscripción. Esperemos que a su futuro dueño no le importe tener el nombre de otra persona en su guitarra  —claro, me olvidé de mi nombre tallado en el mástil.

—Se le podría poner una pegatina —bromeo aunque en realidad pienso que ponerle una pegatina en el mástil a mi guitarra sería una aberración.

—Me vuelvo rápidamente a mirar al muchacho, pero éste ya no está. Entonces oigo cerrarse la puerta, desvío mi mirada hacia allí, y lo veo marcharse a través de la cristalera.

—Perdone, ¿tienen ropa de premamá?

—Sí cielo —noto cómo intenta mirar disimuladamente mi barriga. Esto me hace gracia aunque al mismo tiempo me ofende un poco. De todas formas yo ni siquiera he dado aún mi primer beso. Dramático, ¿verdad?

—Quizá me pase después con mi madre. Está de cinco meses y...

—¡Oh! —parece realmente aliviada— Será un placer verte por aquí de nuevo.

Le sonrío y continúo rellenando el formulario. Recibo mis treinta y nueve dólares, miro la funda de la guitarra, que ya no es mía, por última vez y me despido de la dependienta agradeciéndole su amable servicio.

Al salir del local, me paro frente a su escaparate, desde donde veo a la niña de antes mirándome, esta vez de pie, y resulta un poco espeluznante, me siento como si fuera la protagonista de una película de miedo. Quizá haya estado pendiente de mí desde que hablamos.


Bueno, ya tengo treinta y nueve dólares más para mi matrícula de la universidad.



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Capítulo 3 el próximo lunes.

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Gracias :)





1 comentario:

  1. Va muy bien Inma, todavía no sé hacia donde se dirige la historia, me ha gustado mucho el capítulo, besos

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Críticas y comentarios