Es increíble
que últimamente toda mi vida se resuma en torno al hospital Allegheny. Piso el
acelerador mientras me hago a la idea de la posibilidad de encontrarme en el
hospital también con la abuela, con mamá dando a luz o a saber qué otra
sorpresa.
Una vez me
indican dónde está Eliot, corro hacia allá y cuando lo encuentro le doy un
abrazo.
—¿Qué te
ha pasado?
—No es
nada. Me he caído y...
—¿Te duele
mucho? —le interrumpo impaciente.
—No. No es
para tanto —dice al tiempo que sube el brazo para hacerme ver que puede moverlo
ágilmente. Seguidamente, hace una mueca de dolor.
—Mejor
déjalo quieto —le sugiero—. ¿Y quién te ha traído hasta aquí?
—Es una
larga historia. Mejor te la explico de camino a casa.
—Primero
tenemos que buscar a Kat. Creo que está en este hospital.
—¿Y eso?
—¡No sé!
—exclamo alterada— Su móvil está en su piso pero no me abre la puerta y su
vecina me ha dicho que se la llevaron en ambulancia, supuestamente a este
hospital.
—Sí,
definitivamente es una larga historia —susurra Eliot como si no hubiera escuchado
lo que le acabo de decir.
—¿Qué?
—Nada,
vamos a buscarla.
En todos
lados preguntamos por Kat, pero ningún enfermero ni recepcionista sabe decirnos
dónde está. Al cabo de un buen rato, nos rendimos y vamos de nuevo a su casa a
buscarla.
Cuando
miro el reloj, veo que son casi las diez de la noche y me altero porque papá y
mamá estarán un tanto preocupados.
Llamamos
al timbre y golpeamos la puerta de Kat llamándola a gritos. Al instante, ella
abre, totalmente despreocupada, con unos cascos de música alrededor de su
cuello y un plato con algo extraño en su mano derecha. Yo me lanzo a ella y le
doy un abrazo.
—Kat, me
tenías preocupada —casi le regaño—. ¿Dónde estabas? ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué
no me cogías el móvil?
—Cálmate
Ali —me sugiere Eliot—. Seguro que Kat tiene una buena explicación.
—¡Más le
vale!
—Eliot,
será mejor que te vayas. No me apetece estar con muchas personas en este
momento —dice Kat como si nada.
—¿Qué?
—pregunto extrañada.
—Da igual
—dice ofendido él—. Me iré andando tranquilamente.
—¡No! Tú
casa está muy lejos de aquí. Dios. Te acercaré en un momento en el coche y
enseguida vuelvo. ¿Kat?
—¿Qué?
—No
vuelvas a enchufar esos cascos. Más te vale abrirme la puerta luego.
—Sí.
En poco
tiempo, estoy de nuevo en casa de Kat. Por suerte no se demora en abrirme la
puerta. Me invita a pasar y ambas nos sentamos en su sofá. Noto que todo está
un poco desordenado.
—¿Por qué
no me has devuelto las llamadas? ¿Y dónde estabas? ¿Has estado en el hospital?
—le vuelvo a acribillar a preguntas.
—¿Qué
dices tía? ¿Quién te ha dicho eso del hospital?
—Tu vecina.
Esta tarde vine a buscarte y tenías el móvil en casa pero tú no me abrías la
puerta. Y tu vecina llegó y me dijo que te habían llevado al hospital en
ambulancia.
—¡Menuda
zorra! —exclama Kat.
—¿Zorra?
¿Quién?
—La zorra
de mi vecina.
—Kat no
digas eso. Debe de haberte confundido con otra.
—Maldita...
¡aaaarg! —se desahoga Kat.
—Tía, no
entiendo nada.
—Desde que
llegué, la tiene tomada conmigo. Ella y sus divinas amigas suelen ensuciar mi
rellano, dejarme cartelitos pegados en la puerta, echar mantequilla en el suelo
para que me caiga...
—¿Me
hablas en serio?
—Sí —dice
esta vez demasiado cabizbaja.
—Kat, ¿es
eso lo que te pasa? —ella agacha la cabeza, pero no responde- Oye, me puedes
contar lo que quieras, ¿vale? Si quieres.
—¡Es todo!
Todo. Estoy harta de mi vida.
—No digas
eso.
—¿Que no
diga eso? ¿Por qué? Porque tú eres delgada, alta, guapa, lista, educada... eres
perfecta. ¿Y yo qué soy al lado tuya? Soy tu amiga la albóndiga.
—Kat yo...
—no sé qué decir. Me devano los sesos intentando encontrar las palabras
adecuadas—. Lo siento. No sabía que te sintieras mal por mi culpa.
—No es tu
culpa tía. Soy yo. Me siento como una mierda.
—Hey, si
de algo me he dado cuenta desde que te conozco es de que eres una gran persona.
¿Qué importa lo demás?
—Soy una
gran persona físicamente.
—Déjalo.
No digas más esas cosas tan estúpidas —nos quedamos las dos calladas, mientras
yo miro cómo caen las lágrimas de Kat sobre su regazo—. ¿Quieres que te cuente
algo realmente estúpido?
—Si eso me
va a ayudar...
—Ya te lo
dije una vez, pero creo que no me creíste. Aparte de mi familia y mis juguetes —digo
juguetes refiriéndome a mi guitarra—, yo nunca he tenido amigos. Yo no he
sabido hasta ahora lo que era salir con amigos, ir de fiesta, contar
confidencias... Eliot y tú sois las primeras personas en mi vida que considero
mis amigos —ahora ella me escucha atentamente—. No me sirve de nada ser delgada
y alta si no puedo encontrar gente que merezca la pena. Tú sin embargo eres una
chica muy sociable y, seguramente, sino fuera por ti, ahora mismo no estaríamos
aquí juntas.
—¿Eras una
pardilla de verdad? —bromea aún con lágrimas en los ojos.
—¡Sí! Era
la más pardilla de todas. Las pocas veces que hacía algo con gente que no fuera
mi familia era con los de la banda de música.
—¿Cuánto
tiempo hace que nos conocemos? —pregunta ahora Kat.
—Pues
desde que comenzó el curso —intento recordar—. Hace ya casi tres meses, ¿no?
—Sí. Más o
menos. Gracias tía —dice esta vez esbozando una sonrisa—. Eres una de las pocas
personas que de verdad merecen la pena.
—Es lo que
yo siento contigo —le confieso—. Oye, ¿hay algún problema con Eliot? —me atrevo
a preguntarle.
—Bueno. No
es un problema realmente, creo que es un mal entendido. ¿Te ha contado lo de su
brazo?
—Oh,
mierda. Con tanto ajetreo intentando encontrarte al final no me ha contado
nada.
—Tiene que
ver conmigo.
—¿Le has
pegado a Eliot y le has roto un brazo? —pregunto un tanto sarcástica.
—Ojalá fuera
tan fuerte —se ríe ella—. Es una extraña historia.
—Pero, si
tú esta mañana viniste a clase... pero Eliot no. Y... puf, no entiendo nada.
—El caso
es que Steven fue a buscar a Eliot esta mañana para hablar.
—¿Para
hablar de qué?
—De mí. De
un supuesto malentendido que hubo hace dos sábados.
—Sí. ¿Y? —la
animo a que continúe.
—No sé.
Creo que las cosas se liaron. Ambos se enfadaron muchísimo y no han ido a
clase. Cuando llegué al medio día a casa, los dos estaban esperándome aquí.
—¿En
serio?
—Sí. Entramos
y comenzamos a hablar.
—¿De qué?
—Del tema
de Steven y de mí. Al final, no sé cómo, Steven acabó atacando a Eliot y...
—¿Ha sido
Steven quien le ha hecho eso a Eliot? —la corto.
—Más o
menos. Steven le dio un empujón a Eliot y éste se cayó al suelo. Al caer se
rompió la mano. Entonces yo me puse a llorar muchísimo. Tampoco entendía nada.
Y sigo sin entenderlo. Eliot se fue corriendo al hospital y de Steven no sé
nada más. Oye, no me apetece hablar más de este tema —dice con la voz triste.
—Está
bien. No te preocupes —la tranquilizo—.
¿Quieres que me quede a dormir? Así te ayudo a organizar esto un poco y... —paro
y me sale una risita.
—¿Y qué?
¿De qué te ríes? —pregunta Kat contagiándose de mi risa.
—Y le
gastamos una broma de mal gusto a tu vecina. Ya sabes, para que te deje en paz.
—Me gusta
este plan.
—¿Pizza,
peli, palomitas y broma?
—Cambio la
pizza y las palomitas por una ensalada ligera. Lo demás está hecho.
—Para mí
pizza y para ti ensalada. Y para la vecina venganza.
Ambas nos
echamos a reír. Después de un rarísimo día, no va a acabar tan mal. Llamo a
casa para decir que me quedo a dormir con Kat. Me extraña que ni papá ni mamá
pongan pegas, pero lo agradezco. Esta va a ser mi primera noche de amigas. A
pesar de todo, ahora me siento bien.
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