08 marzo, 2016

¿Quién lleva los pantalones en vuestra relación?

Hoy, 8 de marzo o Día de la Mujer, no es un día para felicitar a las mujeres por el hecho de ser mujeres, ni para regalarles flores. Es el día para recordar a las mujeres que murieron luchando por sus derechos como trabajadoras, a las mujeres que proclamaron la igualdad de género, a las mujeres que consiguieron grandes avances y descubrimientos en el mundo y no son tan recordadas como cualquier otro hombre, a las mujeres valientes que lucharon por el voto femenino, a las activistas y a las feministas, a las mujeres que hacen o hicieron una gran labor en nuestro mundo sin ser reconocidas por ello. 

Me duele escuchar cuando alguien dice, sobre todo si es una mujer, que ser feminista es el sinónimo paralelo de ser machista, que ser feminista es el derecho de la mujer por encima de el del hombre. Lo único que hacen es deshonrar la memoria de todas las mujeres arriba mencionadas, al mismo tiempo que insultar a las mujeres feministas actuales. Todos deberíamos saber que una mujer feminista lucha por que la mujer tenga los mismos derechos laborales que el hombre, así como por que el hombre tenga derecho a tener a sus hijos el mismo número de días que su exmujer. Aprendamos de una vez por todas la diferencia entre feminista y hembrista

Con el texto que he escrito a continuación, solo quiero hacer ver a todas las personas que lo lean que tanto hombres como mujeres somos iguales en todos los aspectos



—Y… ¿quién lleva los pantalones en vuestra relación? —le preguntó su amiga, aparentando una cuestión confidencial.

—¿Los pantalones? Bueno, él siempre lleva pantalones, es un hombre y no le gusta llevar falda, como comprenderás —. Ella quiso evadir la pregunta sacada de principios del siglo XX con un sarcasmo absurdo.

Su amiga rió con desgana.

—En mi casa los llevo yo, obviamente. Es la única forma en la que consigo que me ayude.

—¿Que te ayude? ¿Con qué necesitas que te ayude él? —preguntó ella, iniciando el juego del desmantelamiento del machismo omnipresente.

—Ya sabes —respondió su amiga, desinteresada—. Con la casa.

—¿Con la casa? ¿La casa es solo tuya, o es de los dos?

—¡Pero qué tonterías dices! Me ayuda a limpiar, a fregar los platos, a hacer la cama… planchar no se le da bien, aunque a mí tampoco es que se me dé muy bien, pero es una tarea que se queda para mí. A veces también le tengo que insistir un poco para que me ayude a hacer la comida y a poner la mesa, pero la mayoría de las veces suele ceder, aunque a regañadientes.

—Entonces, ¿todas las tareas domésticas son exclusividad tuya? ¿Y él tiene el privilegio de ayudarte? Guau —exclamó ella irónicamente.

—¿A ti no te ayuda tu pareja en las cosas de casa? —preguntó sorprendida su amiga.

—No —dijo ella rotundamente.

—Pues deberías exigirle que te ayudara. Es muy machista por su parte que te lo deje todo a ti —dijo victoriosa su amiga.

—No, no. El caso es que él me ayuda mucho, en muchas cosas. Me ayuda si no puedo resolver algo de mi trabajo, me ayuda a abrocharme una cremallera de un vestido si yo no llego… ¡a veces hasta me ayuda a decidir qué libro nuevo comprarme!

—¿Y en las tareas de la casa? —quiso saber su amiga.

—Nunca. Igual que yo tampoco le ayudo a él.

—¿Qué? —su amiga estaba realmente confusa.

—Ninguna tarea de la casa es competencia absoluta de ninguno de los dos. Yo no le mando hacer la cama por las mañanas, ni le pido ayuda para hacer la comida. Los dos juntos decidimos cuándo es hora de hacer la colada y a veces la hacemos juntos, otras se ofrece él primero y otras lo hago yo. Si él necesita plancharse algo de su ropa, lo hace sin pedírmelo a mí. Normalmente yo hago las cenas, porque salgo antes del trabajo, pero él siempre prepara unos desayunos muy elaborados, y además friega los platos. Él puede ver si hay polvo y sabe dónde está el trapo para limpiarlo. Los dos decidimos qué falta en la nevera y no importa quien vaya a hacer la compra si no podemos ir juntos.

Su amiga estaba tan impresionada que no pudo contestar a toda esa información.

—¿Y sabes cómo decidimos qué ver en la tele? El que coge primero el mando, ¡elige! —bromeó ella—. ¿Entiendes ahora por qué digo que mi pareja no me ayuda nunca en casa? No es su obligación ayudarme, sino compartir esas tareas conmigo. Si compartimos una casa, una vida juntos y hasta un perro, ¿cómo no vamos a compartir también las tareas domésticas? Crecí en una casa en la que éramos dos mujeres y tres hombres, y durante toda mi vida hasta que salí de ahí, he visto cómo mi madre se levantaba a las siete de la mañana, nos preparaba a todos el desayuno, nos llevaba al colegio a mí y a mis hermanos. Mis hermanos y yo comíamos en casa de mis abuelos porque mis padres trabajaban, y cuando volvíamos a casa por la tarde, mi madre siempre estaba limpiando, preparando la cena, ordenando todo, planchando… mientras mi padre descansaba en el sofá. Para colmo, cuando crecí, tuve que soportar que mis hermanos descansaran junto a mi padre después del instituto y yo era obligada a recoger los calcetines que ellos iban dejando tirados por el suelo, a hacer sus camas y a ayudar a mamá en general. ¿No es injusto? Decidí que no quería seguir potenciando esos micromachismos que la sociedad no es capaz de percibir. Siempre he sabido que yo soy una persona normal y corriente, igual que cualquier hombre. Yo tengo un trabajo, tengo una vida, no nací para ser una esclava de otra persona.


No hizo falta ninguna palabra más para que su amiga se diera cuenta de que ella era esa esclava y decidiera cambiar su vida a partir de entonces.

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