23 septiembre, 2013

En el tren

  Eran ya casi las diez de la noche y se disponía a subir al tren que la llevaría a su nueva casa. Estaba discutiendo con su amiga si ese era el tren que debían coger o no, cuando alguien dijo algo en portugués que no entendían.
  -¿Perdona? No entiendo -se disculpó.
  -¿Español? -preguntó el chico. Tenía cara generosa, pero muy aniñada, a pesar de que parecía tener unos veinte o veinte y algo.
  -Sí -asintió secamente. Al lado del chico se situaba su amigo, atento a la situación.
  A ella no le gustaba especialmente el aspecto de este último, aunque, como siempre, se repitió para sus adentros: "a lo mejor el que tiene la peor pinta es la persona más buena del mundo".
  -¿Éste va para São João? -preguntó el chico esta vez en su idioma.
  -Mmm... creemos que sí, aunque no estamos seguras -los cuatro se pararon a mirar durante un momento las líneas del tren dibujadas en un cartel y finalmente subieron.
  -Si queréis os avisamos cuando llegue vuestra parada -les advirtió el chico.
  -No, gracias -dijo ella amablemente-. Sabemos cuándo es. Gracias -repitió, y le dedicó una sonrisa.
  Las amigas caminaron hasta el final del vagón y se sentaron. Después observaron que ellos se sentaron próximos. Segundos después, el otro se levantó y comenzó a cantar algo extraño y a dar vueltas por el vagón. Eso las inquietó mucho. Se estuvieron fijando en los tatuajes y piercings que éste llevaba, y también en su desaliñada vestimenta. El chico no dejaba de caminar para un lado y para otro y de mirar fijamente a otros pasejeros. Se acercó a una señora y comenzó a hablarle. Él y el otro chico se reían de vez en cuando.
  Su amiga no dejaba de decirle que no le daban buena impresión y ese tipo de cosas. Después siguió hablándole todo el trayecto sobre picaduras de mosquitos, la ropa que se había comprado y algunas de las tantas cosas que a ella le solían aburrir. Se limitaba a asentir con la cabeza y decir cosas como "claro" y "mmm".
  Lo que en realidad estaba observando, era que aquellos chicos no dejaban de mirarlas. Los veía reflejados en el cristal, así que podía disimular.
  No sabía por qué, pero el chico le atraía de alguna u otra forma. Llevaba el pelo castaño largo recogido en una coleta baja, cosa que no le gustaba nada. Una camiseta cualquiera, rota en la parte de atrás.  Y no dejaba de mirar el móvil y escribir en él, cosa que odiaba de las personas. Pero, igualmente, le gustaba su rostro y las pocas palabras que había cruzado con él.
  -¡Achís! -estornudó ella tapándose la boca. Sus estornudos eran menudos y chillones, como si fuera un chihuahua ladrando.
  -Salud -le dijo el chico desde el otro lado.
  -Ella se quedó tan extrañada, que lo miró y al rato sonrió levemente, sin saber qué decir.
  Después, su parada se aproximaba, y ella seguía observándolo, ahora ya sólo a él, a través del reflejo del cristal. Recordó la película "Antes del amanecer", que tanto le gustaba, y recordó cómo los protagonistas se conocían en un tren.
  Sueños fugaces empezaron a pasar por su mente: el chico le da su número, le pregunta su nombre, la invita a un helado...
  Llegaron las diez y veinte, la hora de bajarse del tren.
  Las amigas emprendieron su camino hacia casa.
  -¡Oye! -gritó el chico a sus espaldas. Ellas se giraron para escucharlo-. Es por aquí -dijo finalmente indicándoles la salida de la estación.


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