Piso el
freno poco a poco al percatarme de que el semáforo está en rojo. Treintañeros
con maletines, padres que llevan a sus hijos al colegio y demás personas que
son obligadas a madrugar cada mañana se esquivan mientras cruzan el paso de
peatones. Ahora, yo soy una más de ellos. Me he sumergido en una vida como la
de cualquier otro.
Miro el
reloj. Las siete en punto. Creo que llegaré demasiado temprano al primer día de
clase. Aunque quizá pierda demasiado tiempo buscando mi aula y acabe llegando
tarde.
Un claxon
suena, y tras ese, se van sucediendo los de los demás coches, añadiéndose algunos
gritos desesperados por que vuelva a poner en marcha mi coche. Entonces me doy
cuenta de que el semáforo está en verde y estoy reteniendo el tráfico saturado
de trabajadores cuya única preocupación ahora mismo es la puntualidad.
Traspaso
por primera vez la entrada de la facultad. Por suerte, hay mapas de orientación
y no me ha resultado difícil encontrar el edificio.
Las
diferencias de la universidad con el instituto son más que evidentes. Aquí no
hay zonas divididas por grupos, ni siquiera hay grupos. Todos se mezclan y yo,
me mezclo con ellos. Unos me miran, otros me dan folletos de mil actividades
extraescolares y huelgas diferentes, y otros ni se fijan en mí.
Al
encontrar el aula donde tengo la primera clase, decido no entrar ya que la
puerta está cerrada y fuera hay más alumnos que parecen estar esperando.
Supongo que éstos serán mis compañeros. Me apoyo en la pared, con mis manos
sujetando una carpeta con un par de folios dentro apoyada sobre mi regazo, y
empiezo a observar el ambiente que me envuelve. La mayoría están solos, unos
andando de acá para allá, otros hablando por el móvil. Algunos pequeños grupos
se empiezan a formar con la excusa de “¿Tú vas a estudiar Español?”. Quizá
debería preguntarle eso mismo a alguien que esté solo, o integrarme en alguno
de esos grupos... pero el rubor me puede y no consigo decidirme a lanzarme.
—Perdona —una mano me toca el hombro delicadamente.
Levanto la mirada y me sorprendo al ver un muchacho rubio bastante atractivo—
¿Aquí se dan las clases de Español?
—Creo que
sí —respondo con apenas un hilo de voz.
—¡Gracias!
—me responde indiferente.
Entonces,
se va. Se va de mi lado. Lo miro mientras se acerca a uno de los pequeños
grupos que ya se había formado antes, compuesto por dos chicas y un chico,
todos con pinta extraordinaria, guapos, altos, bien vestidos...
De
repente, una mujer de unos cincuenta años aparece detrás de ellos y se dirige a
la puerta de clase. Abre la puerta y nos indica que pasemos. Todos se empiezan
a amontonar en la entrada, así que yo continúo apoyada en la pared esperando
que la masa de gente desaparezca.
Cuando
entro, pocos sitios quedan libres, todos al final del aula. Resulta irónico
pensar que en el instituto todos luchamos por quedar en los últimos pupitres, y
en la universidad todos luchan por estar en primera fila.
Tomo
asiento en penúltima fila junto a una chica regordeta con aparato que me
sonríe.
—Hola —le
saludo amablemente mientras le devuelvo la sonrisa.
—¡Hola! —me responde emocionada de que la haya saludado.
No nos da
tiempo a decir nada más pues la profesora empieza a pedir silencio.
Y
transcurre mi primera clase en la universidad, la cual paso dibujando con la
mente nubes de pensamientos sobre las cabezas de mis nuevos compañeros. Lo
único que hace la profesora García es presentarse y darnos una introducción a
la asignatura que va a impartir, Gramática
Española, y terminar la clase antes de la hora prevista.
—Nos vemos
el próximo lunes —es lo último que dice la Señora García en un
perfecto inglés sin perder su acento español.
Durante la
aburrida media hora de clase me he estado intentando hacer a la idea de que
tengo que abrirme a mis compañeros, por lo que antes de levantarme, me giro
hacia la muchacha regordeta.
—¡Vaya!
Qué rápido se me ha pasado el tiempo —digo
en un intento patético por iniciar una conversación.
—Y que lo
digas. Aunque tengo ganas de empezar la materia —me responde con una vocecilla
inimaginable para su imagen.
—Promete
ser muy laboriosa —bromeo—. Me llamo Alison —le tiendo la mano.
—Kat —sonríe y me aprieta la mano levemente.
Entonces nos levantamos y nos dirigimos a la puerta—. ¿De dónde eres?
—Soy de
aquí, de Pittsburgh.
—Entonces
supongo que seguirás viviendo con tu familia.
—Sí.
—¡Te vas a
perder la verdadera vida de estudiante! Yo soy de Filadelfia y vivo en un
estudio de alquiler cerca de aquí.
—Tendrás
pensado montar grandes fiestas, ¿no?
—Obviamente
sí y no pienso invitar a ningún popular —noto
en su tono cierto resentimiento a pesar de saber que nuestra conversación es
más bromista que seria.
—¿Siguen
existiendo los populares en la universidad? —pregunto un poco desconcertada.
—¡No lo
sé! —responde Kat y se ríe— Pero espero
que sí, para poder no invitarles a mis fiestas.
También
hay cola para salir del aula, y parece ser que un chico ha estado escuchando
todo lo que decíamos.
—Espero
que no —dice mientras asoma la cabeza
por encima de nuestros hombros—. Soy Steven.
Kat y yo
no decimos nada sino que nos quedamos mirándole atontadas.
—Perdón
por entrometerme en vuestra conversación —dice Steven entonces un poco
abochornado.
—Oh, ¡no
importa! Yo soy Kat. Y ella es Alison —dice Kat al ver que yo no digo nada.
—Encantada
—digo entonces.
Steven es
un muchacho flacucho, alto, pero no demasiado feo, aunque con ciertas
particularidades que le afean: un pelo moreno y lacio con un corte de cacerola,
unas gafas grandes marrones y un polo abrochado hasta el último botón y metido
por dentro de unos pantalones de talle demasiado alto.
Nos
sumergimos en una conversación y nos dirigimos hacia el aula donde tenemos la
siguiente clase. Estoy tan sumida en la conversación que cuando mi hombro se
choca contra algo apenas le presto atención, hasta que ese “algo” me dedica
unas palabras.
—¡Ya eres
mayorcita para mirar por donde andas! —me dice una chica morena en un tono muy
grosero.
—Lo siento
—le respondo tímidamente.
Entonces
ésta se marcha con su grupo, entre los cuales está el chico rubio que me habló
antes de entrar en clase.
—¡Qué
estúpida! —oigo decir a Kat.
Después de
esto, tenemos cinco presentaciones de clases más y entre medias de cada una,
mucho tiempo libre. Kat, Steven y yo no nos separamos en ningún momento e
intercambiamos muchas conversaciones además de nuestros números de móvil y
direcciones de email. Aunque los tres hemos simpatizado muy bien, noto que
mis dos compañeros congenian más entre ellos.
En la
última clase, Introducción a la Literatura y Cultura Hispánicas, uno de los
momentos más temidos para mí llega. El profesor Brown nos indica que debemos
formar parejas obligatorias fijas para realizar ensayos y otro tipo de trabajos
durante todo el cuatrimestre. Nunca me ha gustado formar grupos para hacer los
trabajos de clase. Me gusta hacer las cosas a mi modo, y no tener que aceptar
algo que no me gusta.
Steven
invita rápidamente a Kat a formar su pareja de trabajo. Era casi obvio, aunque
tenía una pequeña esperanza de que Kat fuera mi compañera.
Así que me
quedo sentada observando cómo todos mis compañeros se van “emparejando” sin
saber qué hacer. No me apetece tener que ir preguntando persona por persona si
ya tiene compañero y si quiere ser el mío hasta que alguien acepte mi
proposición.
Por suerte
para mí, alguien se ofrece a ser mi compañero.
-----------------------------------------------------------------------------------
Capítulo 5 el próximo lunes :)
¿Quién? ¿chico o chica? me dejas con la intriga, buen capítulo, besos Inma
ResponderEliminar¡Vaya! Acabo de enterarme de que estás reescribiendo "Lágrimas sobre mi guitarra"... Solo he podido leer el prólogo, pero te prometo que pronto leeré el resto :) Aunque, ¿este no es el capítulo 4? Jeje es que has puesto 5 en el título xD
ResponderEliminar¡Un abrazo y ánimo con la reescritura! :3