—Perdona —es una voz que ya he oído antes.
Miro a mis
espaldas y el muchacho rubio, de nuevo, se está dirigiendo hacia mí.
—Todos mis
compañeros tienen pareja y... te he visto aquí sola y me preguntaba si ya
tienes compañero.
—¡No! —digo con demasiado entusiasmo, de lo cual
inmediatamente me arrepiento—. No —digo
de nuevo, esta vez más calmada.
—Bueno,
¿quieres ser mi pareja... de trabajo? —¿Era necesaria la última
aclaración?
—Sí. —Nos sonreímos
y nos miramos sin saber qué más decir.
Entonces
me fijo en él, y todo lo guapo que me había parecido la primera vez que lo vi,
se multiplica por dos. Al ver de cerca sus ojos marrones medio tapados por su
melena corta rubia oscura y ligeramente despeinada y su sonrisa decorada por
una dentadura perfecta me quedo penosamente anonadada. Muy típico, ¿verdad?
—Tendremos
que intercambiarnos los números, ¿no? —me
dice él rompiendo el silencio.
—Sí,
claro.
Abro mi
libreta y arranco dos trozos. Uno se lo tiendo a él y en el otro escribo mi
número y mi correo. Él hace lo mismo y después intercambiamos papeles.
—Gracias —digo
casi en un murmuro desapercibido.
—Bueno,
vuelvo a mi asiento —dice finalmente—.
Por cierto, soy Eliot.
Qué
absurdo que nos hayamos dado antes los teléfonos que los nombres.
—Alison.
Me sonríe
una última vez y se marcha.
Una vez
fuera de clase, Kat comienza a bombardearme con preguntas.
—¿También
solías hacer los trabajos con los más buenorros en el instituto?
—¡Qué va!
Los solía hacer con mis compañeros de la banda de música.
—O sea,
los pardillos —dice Kat sin escrúpulos.
Me hace
reír.
—Los
pardillos son buena gente —defiendo,
considerándome una.
—Pero no
dejan de ser pardillos. La verdad, no me importa. Me interesa más “tu
compañero” —dice esto último en un tono pícaro—. ¿Cómo se llama?
—Eliot.
—Mmm...
Eliot... le queda bastante bien ese nombre.—Noto cómo me mira de arriba abajo—.
Haréis buena pareja.
Ahora sale
una fugaz carcajada de mi garganta.
—¿Qué?
¡No!
—Venga
Alison, ¡tú estás buena! Apuesto a que siempre te llevas a los más guapos.
—Sí, en
mis fantasías. Y preferiría que me dijeras “guapa” a secas. La verdad es que
creía que iríamos juntas tú y yo. Aunque por otra parte pensaba que había
muchas posibilidades de que Steven se me adelantara.
Ahora
nuestro semblante se vuelve un poco más serio.
—Bueno, es
ley de vida.
—¿Qué
tiene eso que ver? —pregunto a Kat
completamente extrañada.
—Mira, yo
clasifico el aspecto de las personas por rangos.
—¿Rangos?
—¡Sí! O
niveles, como prefieras llamarlo. Hay cinco niveles. En el nivel más alto,
están los Dioses del Olimpo. Después están los guapos, o sea, ese tal Eliot,
tú...
—No soy
tan guapa —balbuceo avergonzada.
—Da igual.
Después están los normalitos, un rango por debajo están los feos, y en el
último nivel los monstruos —mientras me
comenta su teoría, va indicando con las manos cada nivel conforme los menciona.
—Dios mío —exclamo
entre risas—me estoy riendo pero en el fondo pienso que eres cruel.
—¿Pero
llevo razón o no?
—¿Y en qué
nivel crees que estás tú? —Prefiero no responder a su pregunta así que le
pregunto.
—Steven y
yo estamos en el nivel central, en los normalitos. Por eso, él a mí me parece
guapo y no descarto que yo también le parezca guapa. Y por eso tú le has
parecido atractiva a Eliot.
—Eres
tonta —le digo esta vez más en serio—.
No creo que yo le parezca guapa. Nunca le he parecido guapa a nadie. Bueno,
espero que al menos a mis padres sí.
—¿Me vacilas?
—Te
aseguro que no.
—Yo creo
que sí.
—Que no...
—Pues no
me lo explico...
—Te lo
creas o no, soy una marginada social.
Poco
después de esta conversación, nos despedimos y me dirijo hacia mi coche. En la
calle hace bastante calor y de nuevo está nublado, lo que provoca que haga más
bochorno aún. Entonces suena mi móvil.
Rápidamente
abro mi bolso y cojo el móvil. Miro la pantalla, es mamá.
—Dime —contesto
con una voz desanimada, porque mamá sólo llama para emergencias.
—Hija,
¿dónde estás?
—Estoy
llegando al coche. Acabo de salir de clase.
—¿Qué tal
ha ido?
—Bien,
bastante bien. No te lo vas a creer pero he conocido a varias personas...
—Mmm... ya
me lo contarás luego —me corta mamá —¿Vas
para casa?
—Sí.
Estaré allí en una media hora.
—Mejor que
vayas directamente al hospital.
La luz de
alarma salta en mi cabeza.
—¿Qué ha
pasado? —digo más gritando que
preguntando.
—Es la
abuela, se ha caído y...
—¿Cómo
está? ¿Está bien?
—Está
bien, Alison, tranquila. Ha sufrido una fractura y la tendrán que operar.
—Dios mío.
¿Tú estás en el hospital?
—Sí, sí,
estoy aquí.
—Vale.
Intentaré tardar lo menos posible.
Cierro el
teléfono sin despedirme y sin dejar que mamá lo haga. Me apresuro hacia el
coche y empieza a chispear. De repente, recuerdo la última vez que mi abuela
Rose estuvo en el hospital. La verdad es que no recuerdo por qué fue... ¡ha
estado en el hospital por tantos motivos diferentes! Cada vez, cuando se estaba
recuperando, me pedía que me llevara la guitarra y le tocara algo, y a pesar de
las quejas de los pacientes de habitaciones cercanas, al final todos acababan
escuchándome y aplaudiendo.
Pero la
última vez, mientras le enseñaba una de mis últimas composiciones y ella miraba
la lluvia a través de la ventana, nadie acabó aplaudiendo. La abuela se desmayó,
sin más. Se desplomó en el suelo. Y yo, tiré la guitarra. La tiré al suelo y
corrí hacia la abuela. Resultó haber sufrido una fuerte bajada de tensión y
perdió el conocimiento durante un breve momento. No fue para tanto, pero el susto
fue tremendo. Cuando la abuela recuperó el conocimiento, una enfermera me dio
mi guitarra, que la había recogido del suelo. Entonces yo, olvidándome de la
abuela, empecé a inspeccionar la guitarra, y estaba perfecta. Ni un rasguño.
Mientras
recuerdo esta mala experiencia, me apoyo en el capó de mi coche a pesar de que
sigue chispeando. A lo lejos visualizo a Eliot que parece estar buscando su
coche. Guardo el móvil en el bolso y busco las llaves, y distingo una lágrima
entre las pequeñas gotas que se posan poco a poco en mi cara. Estoy realmente
preocupada. La salud de la abuela es muy débil, y el médico nos dijo hace
tiempo que cualquier día se iría.
Entonces
rompo a llorar. Me tapo la cara con las manos al escuchar que un coche se
aproxima. Mientras intento concentrarme en dejar de llorar, noto que el coche
aminora hasta que se para, justo delante de mí. La ventanilla se abre. Yo sigo
con la cara tapada.
—¿Alison?
¿Estás bien?
No quiero
que me vea llorar, pero tampoco quiero que piense que soy una grosera por no
contestarle. Así que me destapo un poco la cara y clavo la mirada en la rueda
delantera del coche.
—Sí. Creo
que tengo algo en el ojo... —lucho por que
mi voz no se note frágil.
Aunque
suplico para mis adentros que se despida y se marche, Eliot, por el contrario, abre
la puerta y sale del coche. Levanto la vista y lo veo acercarse a mí.
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Capítulo 6 el próximo lunes.
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