Al oír mi
nombre tan inesperadamente, me sobresalto y doy un pequeño tumbo del
susto.
—¿Pero qué
haces aquí todavía? —dice papá a mis espaldas.
Adiós
Eliot. He esperado lo suficiente.
—¿Nos
vamos a casa? —me limito a decir en un tono enfadado.
Mamá se
acerca y me da un abrazo, no lo suficientemente fuerte que a ella le gustaría,
pues su barriga nos lo impide. Con esto, me da a entender que está al tanto de
lo que ocurre. O al menos se lo imagina.
Entonces,
un Jeep rojo se para frente a nosotros. Este coche ya lo he visto antes
detenido frente a mí, y fue esta misma mañana. Empiezo a abochornarme.
Muy a mi
pesar, Eliot baja la ventanilla y asoma la cabeza.
—Hola —exclama
un poco tímido.
Mis padres
no son de aquellos que te suelen avergonzar en situaciones como ésta, y me
alegro de ello.
—Ten
cuidado, cielo —dice mamá automáticamente.
Y se
marchan en busca de nuestro coche.
Eliot y yo
los observamos alejarse un poco. Una pequeña cola de coches se empieza a formar
tras el suyo.
—¿Subes? —me
dice más animado.
Me limito
a subir al asiento del copiloto. Cuando lo hago, para mi sorpresa, se acerca y
me saluda con un beso en la mejilla. Después me advierte que me ponga el
cinturón.
Esto no me
hace olvidar que estoy un poco mosqueada por su retraso, así que se lo hago
saber.
—Pensé que
no vendrías.
Él suelta
una fuerte carcajada.
—¿Te
acuerdas esta tarde, cuando te pregunté si realmente me creías tan torpe? Pues
resulta que lo soy. Me he perdido y he estado un buen rato parando a preguntar
en qué dirección podría encontrar este hospital.
—Ah —pronuncio
un poco arrepentida.
—La verdad
es que pensé que sería fácil moverme por aquí. Hace ya una semana que llegué a
Pittsburgh y, como no conocía a nadie, he pasado los días dando vueltas con el
coche y paseando, intentando grabar los lugares y las rutas en mi mente. Pero
creo que no ha funcionado del todo. Lo siento.
Me doy
cuenta de que le estoy mirando con la boca un poco abierta, como embobada, y
rápidamente pongo la mirada al frente. Pero la verdad es que es bastante guapo y…
simpático a pesar de mi primera impresión sobre él.
—No
importa.
—Tengo
suerte de que no te hayas ido. Habría quedado muy mal. Seguramente ya estarías
pensando que te había dado plantón.
—La verdad
es que sí —me sincero.
—Aunque
tenga esa pinta, no soy de esos.
—Ya.
—¡En
serio! —dice entre risas—. Te habría llamado para decirte que no me esperases.
Lo vuelvo
a mirar.
—Te creo —por
algún extraño motivo, realmente le creo.
—¿Eran tus
padres? —pregunta en un intento por dar un giro a nuestra conversación.
—Sí.
—¿Son
bastante jóvenes, no?
—Mi madre
me tuvo con veintiún años. Ahora voy a tener un hermano.
—¡Felicidades!
—Gracias.
¿A dónde vamos?
—¡No lo
sé! —dice divertido— No sé dónde estoy. Estaba conduciendo por donde se me
antojaba.
Nos reímos
al unísono.
—Son las
nueve y media. ¿Te apetece comer algo? —le propongo.
—Tengo
mucha hambre. Vamos donde quieras, pero me indicas el camino.
—Está
bien.
Es
increíble notar cómo mi expresión ha pasado de total timidez y mosqueo a una
gran sonrisa que no se va.
De repente
soy consciente de que todo este tiempo la radio ha estado sonando, pero no le
había prestado atención. Suena Here
you come again de Dolly
Parton. El sonido de la música resalta en medio de nuestro silencio, hasta que
Eliot suelta una pequeña risita.
—Es una
radio de éxitos de los años setenta a los noventa. Qué vergüenza —dice Eliot.
—¿Vergüenza
por qué? Me gusta.
Para demostrárselo, tarareo un
poco de la canción pero en un tono muy bajo. “Here you come again, looking better than a body. Has a right to...”
—Se te da
bien —dice Eliot.
Sonrío
pero no digo nada. Empiezo a indicarle el camino a Eliot para dirigirnos a un
pequeño restaurante de comida rápida al que solía ir con la banda del instituto
después de cada partido. No he ido desde el último partido del instituto, hace
algo más de un año. Era el sitio al que íbamos los de la banda, mientras los
jugadores y las animadoras iban a una gran fiesta improvisada en cualquier
sitio. Nosotros, comíamos en Great Allegheny Bar, aunque nuestro equipo hubiera
perdido. Lo pasábamos en grande. Eran los únicos momentos que tenía de sociedad
en mi vida.
A veces,
el dueño Mike, sacaba su vieja guitarra para que yo tocara algo. Me sentaba en
una silla y todos me rodeaban. Afinaba la guitarra y tocaba la última canción
que había compuesto. Todos me aplaudían y después cada uno de nosotros
volvíamos a nuestra solitaria vida de pardillo.
Al ver la
entrada del restaurante, buenos recuerdos me invaden. Al entrar, todo sigue
igual que lo recuerdo, excepto los camareros. Son más jóvenes que los que antes
había.
Nos
sentamos en una mesa junto a una ventana. Pedimos refrescos y unas hamburguesas
acompañadas de patatas.
—Veo que
eres una chica con un buen apetito —dice Eliot.
—Como más
de lo que mi imagen sugiere. Y hablando de sugerir, ¿cómo es que me has
sugerido salir a mí?
—¿Y por
qué no a ti?
—Porque,
no sé, hoy en clase te he visto con esa gente... —digo en un tono un poco
despectivo.
—Los he
conocido hoy.
—Y a mí
también.
—Pero tu
número es el único que tengo.
—Oh. Es
decir, si tuvieras sus números y el mío también, los habrías llamado antes a
ellos.
—No creas.
—Pues no
te creo.
—Pues
créeme. Si fuera así, significaría que no querría conocerte. Ni siquiera te
hubiera propuesto ser compañeros.
—En fin —mejor
busco otro tema—. ¿Y de dónde eres?
—De New
Castle.
—Eso no
está tan lejos como para no poder ir a pasar el fin de semana allí.
—Lo sé pero
no me apetecía ir. Estoy bien aquí.
—¿Solo? —le
pregunto sarcástica.
—Ahora no
estoy solo, sino contigo.
—Ya, pero
no sé. Yo en tu lugar hubiera preferido ir a casa.
Se me
queda mirando.
—No me
apetecía —vuelve a decir tras unos segundos.
—De
acuerdo —lo he captado. No quiere que le pregunte más sobre ello.
Nos
quedamos callados, observando nuestro alrededor. Me siento mal porque quizá
haya metido la pata. Por fin, nuestra comida llega.
—Qué
hambre —dice él rompiendo el hielo.
—Yo también
me muero de hambre.
Ponemos
atención a nuestras respectivas hamburguesas, pero continuamos hablando.
—¿Y qué le
pasa a tu abuela? Si se puede saber.
—La
cadera. Le han operado hoy, pero ya está todo bien. Mañana podré verla —me
alegro de poder decir estas palabras.
—Parece
que estás muy unida a tu familia. ¿Me equivoco?
—¿Por qué
lo dices?
—Por el
tema este de tu abuela, hoy te he visto realmente afectada por ello. Y también
cuando te he visto con tus padres. Me ha dado esa sensación.
—Sí. Me
preocupo mucho. Quizá más de lo que debería.
—Nunca
está mal preocuparse de más. Así demuestras cuándo algo o alguien te importa
realmente.
—Quizá
lleves razón.
—La llevo —bromea—.
Debes tener muy buenos amigos.
—Bueno... —ha
llegado el tema que estaba temiendo.
Pero él en
vez de continuar hablando, se queda en silencio y me mira a los ojos. Yo
sostengo la mirada unos segundos, pero finalmente me rindo y agacho la mirada
tímidamente.
Él se ríe.
—¿Te da
vergüenza que te mire?
—No sé
aguantar las miradas.
—Deberías
aprender. Es algo muy importante.
—¿Importante
por qué? —pregunto mientras intento imaginar por qué iba a ser importante mirar
o dejar de mirar a los ojos.
—Por el
tema de las mentiras. Si agachas la mirada, mientes; si miras directamente a
los ojos, dices la verdad.
—O miento
demasiado bien.
—Sí —exclama
entre pequeñas risas.
Él sigue
mirándome a los ojos y los míos vagan alternándose entre los suyos y mi plato.
—Cuando
tengas novio y le digas “te quiero” no te va a creer— bromea.
—Eso no me
importa por el momento.
—¿Y qué es
lo que te importa?
—Que los
profesores me crean, por ejemplo.
—¿Es que
le dirías a un profesor que le quieres? —se mofa.
—¡No!
Quiero decir... —entonces me interrumpe.
—Alison,
Alison...sé sincera, ¿has intentado camelar hoy a alguno de los profesores?
Le miro
con desprecio pero en broma.
—En serio —dice
esta vez un poco más formal—. No he entendido lo de que los profesores te
crean.
—Me
refería a que no crean que copio en los trabajos, en los exámenes... y que les
hago la pelota. Ya sabes.
—Ah. Pues
creo que deberías practicar —vuelve a burlarse.
—¿Practicar
las miradas? —pregunto extrañada.
—Y las
mentiras.
—¡Yo no
miento! —digo un poco ofendida y después me río.
—Comprobémoslo.
Pero tienes que responder rápido, muy rápido. Y no olvides las miradas.
—Vale —respondo
rindiéndome a su juego.
Carraspea
un poco la garganta.
—¿Cuántos
años tienes? —suelta muy rápido.
—Dieciocho.
—Fecha de
cumpleaños.
—Trece de
diciembre.
—Olvidas
el año —me recuerda.
—1991 —mientras
digo esto se me traba la lengua, pero me doy cuenta de que estoy manteniendo su
mirada.
—¿Tienes
novio?
—No —ahora
agacho la mirada.
—¡Tienes
novio! —dice sorprendido y burlón al mismo tiempo.
—¡No! —exclamo
y, al instante me avergüenzo de mi muy elevado tono de voz.
—Me has
dejado de mirar a los ojos.
—Pero no
es porque estuviera mintiendo. Es porque no me gusta que me pregunten ese tipo de
cosas.
—Bueno
pero yo no soy tu abuela, ni tus tíos ni nada de eso. No es lo mismo que te
pregunten ellos a que te pregunte yo.
—¿Qué
quieres decir?
—Que cada
uno te lo preguntamos con un fin diferente.
—¿En qué
sentido me lo preguntas tú?
—¿Yo? Por
nada, por saberlo...
—¿Sería
malo si te hubiera dicho que sí?
—Para
nada, ¿por qué?
—No sé.
—¿Qué
pensarías tú si lo tuvieras?
—Nada
malo. En cualquier situación, solo trato de ser amable contigo —me mira con cara
de no entender por dónde voy—. Quiero decir, que aunque lo tuviera, habría
quedado contigo para salir esta noche.
—Llevas
razón. Aunque seguramente tu novio no pensaría igual, pero no tiene nada de
malo quedar con un amigo.
—Pero tú y
yo no somos amigos.
—¿Quién te
dice que no lo seremos en un futuro?
—Yo no he
dicho eso —me defiendo.
—Me estás
mirando a los ojos.
—Porque
estaba siendo sincera.
—Eso me
gusta.
Noto el
calor en mis mejillas. Me sale una pequeña sonrisa y agacho la cabeza
intentando esconder mi cara.—Aún así prefiero que no tengas novio —vuelve a
intervenir.
—No lo
tengo —repito para asegurarlo.
De repente
me siento como nunca antes me había sentido. Recorre por mi barriga una sensación
de bienestar de una forma novedosa para mí. Por mi mente pasan recuerdos
fugaces de los cuales no me apetece hablar. Eliot y yo mantenemos una
conversación constante y agradable, pero nada del pasado. Reímos. Hablamos de
nuestras familias, de las clases de hoy, de nuestra comida favorita, de la música
que nos gusta... Conecto como nunca había conectado con otra persona. Me gusta
esta sensación.
—Por
cierto, ¿me dijiste antes que naciste en 1991? —me pregunta curioso.
—Sí, ¿por
qué?
—¿Por qué
vas con un curso de atraso?
El tiempo
se para alrededor durante un momento. Se refiere al año que he perdido actuando
por pequeños bares. No quiero hablarle de eso. No quiero que sepa que he
perdido el tiempo en algo patético. “Quiero ser cantante”. No. No quiero
contarle eso. Es demasiado de película, demasiado infantil. Piensa, Alison,
piensa en algo creíble. Mi mirada está perdida a la espalda de Eliot. Entonces
vuelvo a mirarle a la cara.
—Bueno...
—¿Estás
bien? —me corta— Parecías un poco “ida”.
—Sí, estoy
bien —sonrío—. ¿Nos vamos?
—¿Ya te
quieres ir a casa?
—¡No!
Podemos ir a dar un paseo.
Pagamos y nos
levantamos. Él me deja pasar y me pone la mano en la espalda. Un pequeño
escalofrío me recorre por todo el cuerpo. Para disimular, miro la hora: son
casi las doce. Me doy cuenta de que es demasiado tarde y deberíamos dejar lo
del paseo para otro día.
—Oye Eliot
—digo un poco indecisa mientras nos dirigimos a su coche-. Creo que es tarde y
puede que mis padres estén un tanto preocupados.
—Da un par
de zancadas y se pone delante de mí.
—¿Dejamos
lo del paseo para mañana? —me dice.
—Sí —le
digo casi en una súplica.
—No te
preocupes. Te llevo a casa.
Subimos al
coche y le indico el camino hacia mi casa. No hablamos nada durante el
trayecto. Nos limitamos a escuchar la radio. Al llegar me fijo en las luces de
casa. La luz del salón y de la cocina están encendidas. Me desabrocho el
cinturón y me dispongo a bajar.
—Gracias —digo
a Eliot justo antes de cerrar la puerta.
—Te llamo
mañana, ¿vale?
Asiento
con la cabeza y seguidamente me doy la vuelta y camino hacia casa.
Una vez en
mi habitación, no consigo conciliar el sueño. Era papá el que estaba levantado
y al llegar, se ha limitado a darme un beso e irse a la cama.
Miles de
pensamientos me recorren. ¿Es esto lo que se siente cuando alguien te empieza a
gustar? Tengo unas ganas inmensas de volver a verlo. ¿Se habrá aburrido
conmigo? A mi parecer, no, pero quién sabe... Parecía el típico popular del
instituto, pero ha resultado no ser así. O puede que en el fondo no todos sean
tan idiotas sino que son más amables cuando los conoces. ¿Qué pensará de mí? ¿A
qué hora me llamará mañana?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Críticas y comentarios