16 junio, 2015

Acordes de amor y despedidas - Capítulo 9

Y sin quererlo el corazón se me acelera, las pulsaciones van en aumento conforme el coche de Eliot está más próximo a mis ojos... y se acelera más aún cuando no puedo localizarlo por ningún lado. No está montado en el coche, no está en el porche de mi casa... Entonces aparco y le indico a mamá con un gesto de la cabeza que es el coche de Eliot. Así que ella asume y se va hacia casa mientras yo me quedo esperando junto al coche de Eliot.

         Intentando calmarme, lo veo venir desde el jardín de los vecinos y, al verme, aminora el paso y hace el amago de dar media vuelta y largarse por donde venía, como si no quisiera verme. Pero acto seguido continúa caminando hacia mí, esta vez con una amplia sonrisa en su cara.

—¿Es que no querías verme? —grito.

—La verdad es que no me apetecía verte y… no esperaba que estuvieras aquí... —bromea.

—¿En mi casa? —le sigo la broma.


Entonces se para frente a mí mientras muestra sus blancos dientes despampanantes y me da un pequeño y corto abrazo como saludo.

—¿Qué haces aquí?

—He venido a buscarte.

—Pensaba que me llamarías al móvil.

—¡Pero bueno! —exclama aparentemente indignado— ¡Encima de que vengo a darte una sorpresa...!

Y como siempre, me hace reír como una tonta.

—¿Quieres ir a tomar el almuerzo? —continúa.

—Claro. Tengo que decírselo a... —digo señalando hacia mi casa.

—Por supuesto —dice al tiempo que se apoya en su coche—. Pero, ¿cuándo me vas a presentar a tu madre? ¿No va siendo hora?

—¡Idiota! —le digo al tiempo que le doy la espalda y me dirijo hacia casa.

Cuando salgo de casa de nuevo para estar de vuelta con Eliot, él me sorprende con una cesta de picnic. Yo, sin decir nada, me pongo a su lado y comenzamos a caminar en la dirección que me indica él. Al principio vamos en silencio, hasta que más o menos creemos estar fuera del alcance de la vista de mi madre. Entonces él inicia la conversación.

—¿De dónde venías?

—De ver a mi abuela. ¡Ya ha despertado! —le informo con una gran sonrisa.

—Me alegro —dice él levemente.

—¿Dónde me llevas? —pregunto curiosa.

—Ayer, cuando te dejé en casa, vi por aquí cerca un parque y pensé...

—¡Ah! Ya sé qué parque es —lo corto al reconocer el parque—. En fin... yo no llevo nada...

—No te preocupes, yo te invito a todo.

—Gracias.

Y vuelve a haber silencio. Aunque es un silencio reconfortante y tranquilo. Si todos los silencios fueran así, me gustaría estar callada más a menudo. Pero este silencio sólo ocurre con él.

Cuando llegamos al parque, buscamos un sitio más o menos tranquilo y Eliot deja la cesta en el suelo.

—Seguro que llevas esta cesta siempre en tu coche para poder sorprender a las chicas y ligártelas.

—Sí, has acertado. Es lo que siempre hago —dice. Y me hace reír, porque sé que está bromeando, otra vez.

Cuando voy a ayudarle a sacar cosas de la cesta, se me adelanta y saca una toalla de playa y la extiende en el suelo, por lo que yo suelto una carcajada.

—¡Eres muy cutre! —le digo.

—¿Qué? ¿Qué hay mal? —pregunta haciéndose el confuso—. Supongo que el que tengamos que comer sobre una toalla vieja no te importará...

—En absoluto —respondo convencida.

Comenzamos a colocarlo todo sobre la toalla: unos cuantos sándwiches, patatas fritas, un par de refrescos y unas napolitanas de chocolate como postre. Mientras lo hacemos, me doy cuenta de que estoy realmente emocionada. Ya había hecho antes picnics con mi familia, mis primos... pero nunca con un chico, ni siquiera un amigo. Éste picnic es especial.

Nos sentamos y cogemos cada uno un sándwich y lo sacamos de la bolsita de plástico.

—Siento esta comida tan pobre, el presupuesto no me da para más —se disculpa Eliot.

—Creo que hubiera preferido quedarme en casa y comer el pollo en salsa que seguramente ahora estará haciendo mi madre, pero por no quedar mal contigo... —no lo miro directamente, pero de reojo puedo ver cómo se ríe—. En serio, gracias por esto.

—Bueno, más bien te tendría que dar yo a ti las gracias —dice él.

—¿Por qué? —le pregunto sin saber a qué se refiere.

—Bueno, no me conoces de nada y quedas conmigo, me estás haciendo sentir que no estoy solo.

Otra vez ese cosquilleo sube por mi estómago al escuchar sus palabras. Agacho la cabeza tímidamente y no digo nada al respecto.

—Eres demasiado buena. Seguro que preferirías estar con tus amigos en vez de estar conmigo.

—Te aseguro que no —digo esperando que esta conversación no vaya a más.

—¿Por qué estás tan segura?

Está bien, él quiere saberlo y yo tengo que ser abierta; es la primera oportunidad en mi vida de tener un buen amigo. Pero en realidad no quiero contarle la tonta historia de la guitarra y mi vida antisocial, no quiero que piense que soy una niña y tampoco quiero recordar esta historia, porque sé que las lágrimas se me van a escapar y lo último que quiero es que me vea llorar por algo tan estúpido.

—Está bien —digo mientras busco las palabras adecuadas—. Digamos que he tenido una etapa difícil en la que las cosas no me fueron muy bien y decidí que debía dar un giro a mi vida y comenzar de nuevo. Es por eso que he empezado la universidad...

—Digamos… como una etapa de descubrirte a ti misma.

—Sí —afirmo al tiempo que le doy un bocado a mi sándwich.

—Yo también he tenido una etapa así —dice bajando el tono de voz y dando una expresión triste en su cara.

—Lo siento —digo entendiendo que su etapa fue peor que la mía.

—En realidad, creo que aún estoy superando esa etapa —continúa él.

—¿Fue algo muy duro que te pasó?

—Bueno, es algo malo, pero al mismo tiempo es bueno.

—¿Cómo puede ser bueno y malo al mismo tiempo?

—Lo que pasó es que mi novia me dejó —me aclara él—. Levábamos cuatro años saliendo, desde los catorce años —mientras le escucho, noto la expresión de sorpresa en mi cara.

Oh no. Eso quiere decir que, ¿soy la sustituta? ¿El segundo plato?

—¿Y por qué te dejó? Si se puede saber.

—Un día me llamó por teléfono y me dijo que ya no me que-ría. Y el mundo se me vino encima, porque ella era mi mundo.

—Lo siento... ¿hace cuánto pasó eso?

—Justo antes de graduarme en Bachillerato. Es por eso que no quiero ir a casa, temo encontrármela.

—No debería por qué. La historia terminó. Si algo malo sucede, es porque algo mejor está por venir. Es lo que me digo yo siempre para animarme.

—Lo sé, ya lo tengo casi superado —me asegura él—. Pero han sido cuatro años... aún queda algo y no sé hasta cuándo estará ese “algo”.

—Vaya, realmente no eres el típico popular del instituto —consigo sacarle una sonrisa.

—Te dije que aunque lo parezca, yo no soy así. Es por eso que te elegí como pareja para los trabajos y por lo que te busco. Las chicas con las que estaba el otro día en clase... bueno, me recuerdan a ella. Son el mismo prototipo.

—¿Y por qué te acercaste a ellas entonces?

—Lo sé, después de preguntarte debería haberme quedado contigo —dice entre pequeñas risitas—, pero fue instintivo.

—Supongo que es ley de vida. Los populares se van con los populares y los pardillos nos quedamos con los más pardillos aún.

—Reconozco que en el instituto era popular, jugaba al rugby, pero en realidad no me gustaba ese mundo tanto como aparentaba... y no quiero decir que tú seas una pardilla, pero prefiero tu mundo. Tú eres diferente, pasas desapercibida y pareces una buena chica. Es por eso que me gusta estar contigo a pesar de que te conozco de hace un día.

—Gracias —le digo avergonzada. Quizá debería contarle mi historia... puede que no le parezca una tontería. Él me ha contado algo muy importante para él, yo debería hacer lo mismo—. Bueno, creo que…

Entonces, justo cuando estoy decidida a contárselo, suena mi móvil, y aunque en un primer momento pienso en pasar y no cogerlo, al final me decido por responder la llamada. Es papá y puede que tenga que ver con la abuela.

—Dime... —digo con cierto desánimo.

—Alison, me ha llamado mi amigo, el de la cafetería, para pedirte que te pasaras hoy por allí.

—¿Hoy? ¿Por qué?

—Porque quiere que empieces cuanto antes y necesita explicarte cómo funciona la cosa antes del primer día.

—¿Pero qué día empezaré a trabajar exactamente?

—Pues el lunes. Creo —dice dudoso.

—¿El lunes? —exclamo— Es demasiado pronto...

—Alison... —dice él con la intención de darme la charla.

—Ya, ya. Está bien. ¿A qué hora tengo que ir?

—Lo antes posible. Si puede ser, ya.

—¿No puede esperar una hora o así?

—No sé —dice firmemente—. Pero te aconsejo que vayas pronto, así que ven a casa y te llevo.

Es la primera vez que papá se porta así conmigo. Sabe con quién estoy y no está conforme.

—Mejor dime la dirección y ya voy yo —le contradigo.

Pero a pesar de sus intenciones, papá es demasiado bueno y finalmente me da la dirección para que vaya yo por mi propia cuenta.

—¿Te tienes que ir? —me pregunta Eliot un tanto tristón tras verme cerrar el teléfono.

—Nos tenemos que ir.

—¿Y si yo no quiero irme? —me desafía divertido.

—Quería decir que me puedes acompañar... si quieres.

—Claro que quiero.

Entonces terminamos rápido el postre y recogemos el picnic. Como el sitio está cerca, vamos andando, aunque un tanto incómodos con la cesta a cuestas.

—¿Por qué tienes que trabajar?

—Ya sabes, hay crisis, tengo que pagar la matrícula de la universidad, voy a tener un hermano... o hermana, aún no lo sé.

—¿Qué prefieres que sea? —curiosea Eliot.

—La verdad, no me importa. Es un hermanito pequeño. Sea niña o niño, voy a tener que cuidar igualmente de él o ella.

—¡Por Dios! —exagera él— ¿De dónde vas a sacar tiempo para ir a clase, trabajar y cuidar de tu hermano? ¡Ah! Y tiempo para mí…

Esa forma de pretenderme me parece un tanto prematura.

—Te sustituiré por mi hermano.

Pero aún le sigo el juego.

—Ya... lo entiendo... —dice cabizbajo y haciéndose el ofendido.

—Aunque en realidad no podré dejar de verte.

—¡Ah! Estás interesada en mí... —dice medio riendo.

—Claro, claro. O es eso o que soy tu compañera de clase y me siento obligada a hacer los trabajos contigo —le recuerdo.

—Qué cruel eres.

Mientras él se aleja de mí haciendo como que está molesto, yo me río al tiempo que visualizo a lo lejos la cafetería.

Mientras yo estoy en la cafetería aprendiendo cómo utilizar la cafetera, cómo tomar los pedidos y servir y cómo utilizar la caja registradora, Eliot se ha quedado fuera esperándome. Tardo más o menos una media hora y en todo el rato no paro de pensar en él. Me sabe mal que esté afuera esperándome y cargado con la cesta.

Cuando por fin puedo salir y volver con Eliot y mi mirada está loca buscándole, algo me distrae: hay un chico tocando el violín frente a la cafetería y me llama mucho la atención la manera en que lo hace. Me quedo anonadada mirando sus movimientos tan ligeros y elegantes que deben ser movimientos rutinarios para él, igual que lo eran para mí los míos con mi guitarra.

Aunque no me va mucho la música clásica, el sonido que sale de ese pequeño instrumento me asombra y me voy acercando lentamente al muchacho, cuando de repente Eliot se me acerca por la espalda.

—¿Qué tal ha ido?

—Bien -respondo rápidamente—. ¿No es asombroso? —le digo sin dejar de mirar al chico del violín.

—Pues no sé cómo debe ser que te enseñen a hacer café. ¿Tan emocionante es?

—¡No! Me refiero al violín.

—¡Lo sé! —exclama él riendo. Entonces noto que su brazo se posa sobre mis hombros mientras continúa hablando—. Parece ser que te gusta la buena música.

—No sé si la música que me gusta es buena o mala, pero me encanta.

—Te aseguro que es buena. El otro día, cuando te escuché tararear la de Dolly Parton, me sorprendió mucho. Pensaba que yo era el único joven al que le gustaba música de años atrás. Ahora a la gente sólo le gusta el dance, el R&B y todo eso... no digo que esté mal, incluso yo también lo escucho. Pero mi gusto musical es más amplio tanto en estilos como en épocas.

Mientras Eliot me suelta todo esto, a pesar de que lo escucho, sigo muy pendiente del chico del violín. Cuando lo miro por primera vez a la cara, me resulta familiar. Extrañamente familiar. Lo he visto antes, en algún lugar. Comienzo a darle vueltas, pero no consigo recordarlo. Igual sólo me recuerda a alguien. Pero él... me suena. Dudo, pero por momentos estoy segura de haberlo visto antes.

Sumida en mis pensamientos, mis hombros se enfrían, y me doy cuenta de que Eliot me ha quitado el brazo de encima.

—¿Alison? ¿Estás dormida de pie?

—Estoy bien. Sólo... lo siento. Me gustaba sentir tu brazo —me lanzo a decirle.


—Será mejor que nos vayamos —es lo que me dice él a cambio.

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