—¿Me vas a
contar entonces lo que pasa con vosotros tres? —le insisto a Kat.
—Todo ha
sido un mal entendido —refunfuña ella.
—¿Qué
“todo”?
—¡Todo!
Desde aquel sábado.
—¿Por qué?
—Alison…
¿recuerdas ese día, cuando me dijiste que me te-nías que contar algo? —asiento
con la cabeza y ella continúa—. Pues ahora soy yo la que te tiene que contar
algo.
—¿Algo de
qué?
—Sobre
Eliot. Me temo que él no es todo lo sincero que tú crees.
—¿Por… por
qué dices eso? —digo extrañada.
—Steven me
ha contado todo… o lo que yo creo que es la verdad. Eso de que Steven iba a
dejarme después de acostarnos era mentira. Eliot hace tiempo le propuso a
Steven una apuesta.
—¿Qué
apuesta?
—Bueno,
siento decirte esto pero el que consiguiera acostarse antes con nosotras, ganaría
el dinero.
—Eso no
tiene sentido. Las pocas veces que hemos estado a punto de besarnos ha sido
Eliot el que ha dicho que no, que aún no.
—Supongo
que por eso te dijo lo de que Steven me iba a dejar, para que tú me lo dijeras a
mí y así yo enfadarme con Steven y que éste no ganara la apuesta. Eliot no es tan
tonto y sabe que no te iba a conseguir tan pronto.
—Pero,
¿por qué entonces lo de esperar a besarnos?
—Puede ser
que en el fondo le importes un pelín a Eliot.
Me quedo
en silencio y noto cómo Kat me mira. No sé qué decir. Ni siquiera tengo ganas
de llorar por lo sorprendida que estoy.
—¿Qué debo
hacer? —digo al fin.
—Deberías
esperar y ver cuáles son las verdaderas intenciones de Eliot.
Así,
concluye esta conversación y lo que iba a ser una noche de diversión y de
animar a Kat, se convierte en una noche aburrida y nos vamos pronto a dormir,
por lo que decido dar de lado al asunto y pensar que todo es un malentendido.
La semana
transcurre normal: voy a clase, voy al trabajo, me encuentro con el chico del
violín… con una excepción, Eliot pasa de mí y yo, por el intento de ver si le
intereso de verdad, tampoco le llamo a pesar de que continuamente me da la
tentación de llamar o enviar un mensaje. Intento no darle importancia a lo
ocurrido entre Eliot, Kat y Steven, y no dejo que las cosas me afecten para
seguir rindiendo bien en clase y en el trabajo.
El chico
del violín entra en la cafetería y comienza a hablarme. Me dice su nombre pero
no consigo entender nada. Hay mucho ruido en mi cabeza, como una muchedumbre de
personas hablando. El chico del violín intenta decirme algo, me da la sensación
de que es algo importante. Su cara empieza a descomponerse, cada vez grita más,
pero yo sigo sin escuchar nada y me empiezo a asustar, así que me marcho
corriendo. De repente, suena una canción.
Mi móvil
me despierta, sobresaltada por lo que estaba soñando. Corriendo, lo alcanzo con
mi mano y miro quién me está llamando. Eliot. Un escalofrío me recorre el
cuerpo y, antes de contestar, respiro profundamente.
—¿Sí? —trato
parecer despreocupada.
—¡Buenos
días princesa! —las palabras de Eliot me congelan, no sé qué responder.
—¿Q… qué?
Mm… Buenos días.
—¿Qué tal?
—parece como si no lleváramos varios días sin saber el uno del otro.
—Bien, me
acabo de despertar. ¿Y tú?
—¿Te
apetece cine esta tarde? —dice sin devolverme la respuesta.
—Bueno,
está bien. ¿Qué echan?
—No lo sé,
luego lo miramos y decidimos sobre la marcha.
—Ok.
—¿Qué tal
ha ido la semana?
—Bien, lo
mismo de siempre. ¿Cómo va tu brazo?
—Está
mejor, ya puedo conducir.
—Me
alegro. Bueno… —entonces se produce un incómodo silencio.
—Me paso a
recogerte a las seis.
—De
acuerdo.
—Un beso.
—Chao.
Y así, sin
más, se corta nuestra llamada. ¿Princesa? ¿Me ha llamado princesa después de
haber estado sin llamarme casi una semana entera? No sé qué pretende con todo
lo que hace.
Este fin
de semana no tengo ningún trabajo de la universidad que hacer y tampoco me
apetece estudiar. Paso el día del sábado yendo de arriba abajo en casa, sin
saber qué hacer, pensando en una cosa y otra pero, sobre todo, pensando en mi
sueño y en el chico del violín.
Sin más,
siento el impulso de ir a la cafetería para ver si está. Aún quedan dos horas
para que Eliot venga a por mí, así que me doy una ducha rápida, me visto y voy
corriendo hasta el lugar.
Pero él no
está ahí y, sin apenas darme cuenta, siento tristeza al no verle. Me siento en
el poyete donde él siempre se sitúa y me quedo pensativa. Y sin querer, levanto
mis manos, como si estuviera cogiendo mi guitarra, y empiezo a tocar acordes en
el aire mientras mis labios tararean las notas. Los minutos vuelan mientras en
mi cabeza suenan mis viejas canciones.
—¡Vaya! Me
han quitado el sitio —es él. Una pequeña sonrisa escapa de mí al saber que está
ahí—. Veo que te han echado muchas monedas imaginarias en tu sombrero invisible
—se mofa de mí, pero no me molesta, me hace reír.
—Hola —digo
risueña—. ¿Vas a tocar?
—Iba, pero
no quiero quitarte trabajo —hace que me ría, otra vez—. ¿Qué haces aquí? Si no
recuerdo mal, los sábados no trabajas.
—Perdón.
Yo sólo estaba… —de repente me siento un poco avergonzada— sólo paseaba y me
senté aquí.
—¿Paseabas
sola?
—No, con
mi guitarra imaginaria —me alegra ver que, al decirle esto, se ríe. Al mismo
tiempo, me aparto para cederle el lugar.
—¿Tocas la
guitarra? Me refiero a una de verdad.
—Bueno…
—Antes lo
hacías, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y por
qué ya no?
—Tenía que
cambiar cosas en mi vida.
—Pero una
pasión no se puede cambiar.
—Lo sé, y
ahora me doy cuenta.
—¿Por qué
no te compras una guitarra nueva?
—Ahora ya
no tengo dinero para una nueva.
—¿Y tu
trabajo?
—Bueno,
trabajo para pagarme la universidad, la gasolina y para ayudar a mis padres. Además,
mi madre está embarazada.
—O sea que
el dinero de tu guitarra va destinado a un montón de pañales.
—Así es —asiento,
en parte orgullosa.
—Felicidades
por tu nuevo hermanito.
—Gracias —le
sonrío—. Bueno, creo que te dejaré hacer tu trabajo.
—¿Por qué
no te quedas un rato? Esta gente se está empezando a hartar de escucharme todas
las tardes.
—¿Y por
qué no cambias de lugar? Últimamente me he dado cuenta de que ya apenas te
echan monedas.
—Me gusta
este sitio, me gusta la gente que hay… -me hace sonrojarme y me da a entender
que yo estoy incluida en ese grupo de gente—. También me gusta que me observes
mientras toco— esto me hace parecer un tomate seguramente.
—Me… me
resulta emocionante todo instrumento. Y tú pareces hacerlo con tanta pasión… no
sé, simplemente no puedo evitar mirar cómo lo haces.
—Gracias —dice
secamente—. ¿Y qué estudias? —dice cambiando radicalmente la conversación.
—Filología
hispánica.
—Mola. ¿Te
gusta aprender nuevas lenguas?
—¡Claro!
—Es obvio,
por tu carrera… —se me queda mirando a los ojos, fijamente, como si intentara
leer mi mente—. ¿Sabes? Me gustaría saber cuáles son esas cosas que tenías que
cambiar.
—En
realidad, son tonterías.
—De las
cuales ahora te arrepientes.
-Exacto.
Pero lo hecho, hecho está. Ya es tarde para volver atrás.
—Pero no
es tarde para aprender a tocar el violín —me incita.
—Primero,
¿me dirás tu nombre?
—Drew.
—Al…
—Alison.
Encantado de conocerte —me corta antes de terminar de presentarme.
—¿Cómo
sabes mi nombre?
—Quizá
algún día te diga por qué —dice con un tono misterioso y con una sonrisa
picarona—. Pero primero, ¿quieres aprender a tocar el violín o qué?
—Sí —digo
un tanto confusa.
Entonces
él me empieza a explicar: la posición de los dedos, los brazos, la barbilla,
los acordes básicos, los movimientos de la muñeca… y el tiempo vuela a mi
alrededor. Bueno, a nuestro alrededor. Tanto que, son las seis y media y Eliot
aparece al lado nuestro.
—¿Alison? —dice
Eliot en un tono un tanto furioso.
—Oh Dios,
¿qué hora es? ¡Lo siento!
—Las seis y
media. Ya no nos da tiempo a llegar a la película que quería ver —dice en un
tono de despecho.
—Bueno, lo
siento Drew, me tengo que ir —digo mientras me levanto rápidamente y me voy al
lado de Eliot.
Los dos
empezamos a caminar en dirección al coche. No sé qué decir, estoy totalmente
avergonzada. Pero Eliot parece realmente enfadado.
-¿A qué se
debe ese plantón y encima con otro chico? ¿Quién es?
Parece
mucho más enfadado de lo que yo me temía.
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