19 noviembre, 2015

Acordes de amor y despedidas - Capítulo 19

—Mi guitarra. Está bien, adelante —le invito a comenzar su misteriosa historia.

—Tu guitarra, en realidad, no la tengo yo —se me rompe el corazón—. Puedo ayudarte a recuperarla. Aunque probablemente no sea un buen momento para hacerlo. Puede que nunca sea un buen momento.

—Pero, ¿dónde está?

—Hay una chica. Yo se la regalé. ¿Recuerdas aquel día en la tienda de segunda mano, cuando fuiste a venderla?

—¡Oh, madre mía! ¡Eras tú! De eso me sonabas —ahora empiezo a atar cabos. El chico que me dijo que no lo hiciera, que no me deshiciera de mi guitarra. Era él. Es él. Drew. La melancolía de aquel momento no me dejaba ver que es él.

—Sí. Yo soy el que te dijo que no lo hicieras. No debiste hacerlo. Tu guitarra es realmente preciosa. Tiene algo...


—Todo el mundo solía decir eso. Que tenía una chispa. Algo.

—Y lo tiene. Cualquier instrumento, cuando es regalado, sobre todo a una persona que de verdad ama la música, hacer música, ese instrumento es el más especial del mundo. Pero tu guitarra, tu guitarra tiene algo. Su tacto, su olor. La recuerdo perfectamente. Inmediatamente, y tras intentar convencerte de que no la vendieras —aclara amablemente—, supe que se la tenía que comprar a ella. Supe que le haría mucha ilusión y que le haría vivir de nuevo. Al menos durante un tiempo —noto un tono amargo en su voz, como de tristeza, de oscuridad—. Y de verdad, funcionó. La hizo brillar como nunca antes había brillado, incluso aunque estuviera en el momento más duro de su vida.

No sé si preguntarle por esa chica. Quién es, por qué tuvo un momento duro, si la quiere, si es su novia…

—¿Puedo preguntarte algo? ¿De nuevo?

            —Claro.

—¿Qué fue lo que realmente te llevó a pensar que no la necesitabas más?

Quizás debería sincerarme con este casi desconocido. Es así, las personas que menos te conocen, son las que menos te juzgan. Mido las palabras que le voy a decir.

—Necesitaba cambiar —inicio mi respuesta—. Primero dime, ¿a qué te quieres dedicar?

—¿En mi vida? Sólo a mi violín. Ser profesor en un conservatorio, dar clases privadas, tocar en una orquesta o, si nada de eso funciona, seguir tocando en la calle.

—Yo quería ser artista. Componer mis canciones, cantarlas, grabar álbumes.

—¿Querías o quieres?

—¿Acaso alguien acaba siendo lo que de pequeño siempre ha soñado?

—Lo quieres. Aún quieres serlo. Pero te avergüenzas. O al menos, hay algo que te impidió en su momento seguir adelante. Ya mismo es Navidad, proponte seguir adelante con ese sueño. Sé que tu problema no es el dinero, ni el trabajo, ni los estudios, ni tus padres. Sé que es el miedo. Pero te diré una cosa. De nada sirve tener miedo si, por no intentar algo, vas a ser infeliz toda tu vida —dice mientras le da el último bocado a su donut. Lo mastica y continúa—. Prométeme que vas a recuperar tu guitarra o comprarte una nueva y me enseñarás tus canciones. Y lo intentarás. Y lucharás por ello.

—¿Por qué es tan importante para ti que luche por ello? Apenas nos conocemos.

—Esta chica, la que te he dicho antes, se llama Monique. Monique, es preciosa, con un pelo moreno y liso, tez clara, pequeñita. Y es la persona más luchadora que jamás he conocido. Ella me ha enseñado que hay que luchar hasta el final, que merece la pena. Y que hay que luchar haciendo lo que amas.

—No entiendo, ¿tú le regalaste mi guitarra y ella ya no la quiere más?

—No la necesita —veo que no quiere dar más argumentos a esa respuesta—. Es tuya de nuevo —sonríe.

Se levanta, coge un bolígrafo y arranca un papel de la libreta de notas que hay en la barra. Apunta algo y me lo da.

—Ésta es la dirección. Puede que allí la recuperes. Por favor, sé sutil.

Asiento con la cabeza.

—Esa chica, ¿es tu novia o algo así?

Él ríe.

—Digamos que me tiene enamorado, pero a su manera.

Algo en mí se desvanece. Intento sonreír aunque no sale de mí. He soñado tantas veces con él, sin saber por qué. Me he quedado absorta mirándolo cada día. Algo de él me gusta, me gusta desde el primer día en que lo vi. Bueno, el segundo. Pero sí, aquel primer día, en aquella tienda, también me llamó la atención. Su picardía, su descaro, su sinceridad. Él es como el chico sobre el que tantas veces he escrito. Drew es el chico con el que siempre he soñado. No Eliot. Un chico humilde, que comparte una pasión conmigo, y no un chico que siempre va en un Jeep y que pertenece al grupo de gente que siempre me han rechazado, aunque él sea diferente. Pero no es él, no es él mi chico. Pero al fin y al cabo, Drew ya está pillado por alguien, y yo no puedo hacer nada contra eso.

—¿Quieres hacer algo divertido? —le sugiero.

—Sorpréndeme.

Me levanto y me dirijo al interior de la barra. Lleno un vaso con agua y le echo jabón.

—De pequeña hacía pompas de jabón de una manera un tanto especial. Mi padre y yo competíamos por ver quién hacía una pompa más grande.

Me siento a su lado, rozándonos a través de nuestras ropas. Un escalofrío me recorre y me corta la respiración durante un breve segundo. Sonrío, y sigo explicándole el juego.

—Hay que hacer pompas con la boca. Cierras los labios, te untas un poco de agua por encima y luego soplas lentamente. El truco está en la cantidad de agua que pongas.

Me esparzo el agua con jabón por mi boca y le hago una muestra. Una enorme pompa sale de mi boca. Se nota mi práctica durante años. Él ríe a carcajadas.

—Estás majareta. Jamás había visto algo así. Las personas normales hacen pompas con pomperos, ¿sabes? —me pica.

Él me imita y hace una pequeña pompa que inmediatamente se le explota. Estamos jugando un rato más. Risas y risas salen de nosotros. Es una noche mágica.

Finalmente, nos vamos, cierro la cafetería y me acompaña a casa.

—Gracias —dice—. Necesitaba pasar un rato como este.


Me limito a sonreír. Él se va y yo entro en casa. Meto la mano en mi bolsillo para asegurarme de que el papel con la dirección sigue ahí. Y me acuesto pensando en qué haré con Eliot. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Críticas y comentarios