—Mi
guitarra. Está bien, adelante —le invito a comenzar su misteriosa historia.
—Tu
guitarra, en realidad, no la tengo yo —se me rompe el corazón—. Puedo ayudarte
a recuperarla. Aunque probablemente no sea un buen momento para hacerlo. Puede
que nunca sea un buen momento.
—Pero, ¿dónde
está?
—Hay una
chica. Yo se la regalé. ¿Recuerdas aquel día en la tienda de segunda mano,
cuando fuiste a venderla?
—¡Oh,
madre mía! ¡Eras tú! De eso me sonabas —ahora empiezo a atar cabos. El chico
que me dijo que no lo hiciera, que no me deshiciera de mi guitarra. Era él. Es
él. Drew. La melancolía de aquel momento no me dejaba ver que es él.
—Sí. Yo
soy el que te dijo que no lo hicieras. No debiste hacerlo. Tu guitarra es
realmente preciosa. Tiene algo...
—Todo el
mundo solía decir eso. Que tenía una chispa. Algo.
—Y lo
tiene. Cualquier instrumento, cuando es regalado, sobre todo a una persona que
de verdad ama la música, hacer música, ese instrumento es el más especial del
mundo. Pero tu guitarra, tu guitarra tiene algo. Su tacto, su olor. La recuerdo
perfectamente. Inmediatamente, y tras intentar convencerte de que no la
vendieras —aclara amablemente—, supe que se la tenía que comprar a ella. Supe
que le haría mucha ilusión y que le haría vivir de nuevo. Al menos durante un
tiempo —noto un tono amargo en su voz, como de tristeza, de oscuridad—. Y de
verdad, funcionó. La hizo brillar como nunca antes había brillado, incluso
aunque estuviera en el momento más duro de su vida.
No sé si
preguntarle por esa chica. Quién es, por qué tuvo un momento duro, si la
quiere, si es su novia…
—¿Puedo
preguntarte algo? ¿De nuevo?
—Claro.
—¿Qué fue
lo que realmente te llevó a pensar que no la necesitabas más?
Quizás
debería sincerarme con este casi desconocido. Es así, las personas que menos te
conocen, son las que menos te juzgan. Mido las palabras que le voy a decir.
—Necesitaba
cambiar —inicio mi respuesta—. Primero dime, ¿a qué te quieres dedicar?
—¿En mi
vida? Sólo a mi violín. Ser profesor en un conservatorio, dar clases privadas,
tocar en una orquesta o, si nada de eso funciona, seguir tocando en la calle.
—Yo quería
ser artista. Componer mis canciones, cantarlas, grabar álbumes.
—¿Querías
o quieres?
—¿Acaso
alguien acaba siendo lo que de pequeño siempre ha soñado?
—Lo
quieres. Aún quieres serlo. Pero te avergüenzas. O al menos, hay algo que te
impidió en su momento seguir adelante. Ya mismo es Navidad, proponte seguir
adelante con ese sueño. Sé que tu problema no es el dinero, ni el trabajo, ni
los estudios, ni tus padres. Sé que es el miedo. Pero te diré una cosa. De nada
sirve tener miedo si, por no intentar algo, vas a ser infeliz toda tu vida —dice
mientras le da el último bocado a su donut. Lo mastica y continúa—. Prométeme
que vas a recuperar tu guitarra o comprarte una nueva y me enseñarás tus
canciones. Y lo intentarás. Y lucharás por ello.
—¿Por qué
es tan importante para ti que luche por ello? Apenas nos conocemos.
—Esta
chica, la que te he dicho antes, se llama Monique. Monique, es preciosa, con un
pelo moreno y liso, tez clara, pequeñita. Y es la persona más luchadora que
jamás he conocido. Ella me ha enseñado que hay que luchar hasta el final, que
merece la pena. Y que hay que luchar haciendo lo que amas.
—No entiendo,
¿tú le regalaste mi guitarra y ella ya no la quiere más?
—No la
necesita —veo que no quiere dar más argumentos a esa respuesta—. Es tuya de
nuevo —sonríe.
Se levanta,
coge un bolígrafo y arranca un papel de la libreta de notas que hay en la
barra. Apunta algo y me lo da.
—Ésta es
la dirección. Puede que allí la recuperes. Por favor, sé sutil.
Asiento
con la cabeza.
—Esa
chica, ¿es tu novia o algo así?
Él ríe.
—Digamos
que me tiene enamorado, pero a su manera.
Algo en mí
se desvanece. Intento sonreír aunque no sale de mí. He soñado tantas veces con
él, sin saber por qué. Me he quedado absorta mirándolo cada día. Algo de él me
gusta, me gusta desde el primer día en que lo vi. Bueno, el segundo. Pero sí,
aquel primer día, en aquella tienda, también me llamó la atención. Su picardía,
su descaro, su sinceridad. Él es como el chico sobre el que tantas veces he
escrito. Drew es el chico con el que siempre he soñado. No Eliot. Un chico
humilde, que comparte una pasión conmigo, y no un chico que siempre va en un
Jeep y que pertenece al grupo de gente que siempre me han rechazado, aunque él
sea diferente. Pero no es él, no es él mi chico. Pero al fin y al cabo, Drew ya
está pillado por alguien, y yo no puedo hacer nada contra eso.
—¿Quieres
hacer algo divertido? —le sugiero.
—Sorpréndeme.
Me levanto
y me dirijo al interior de la barra. Lleno un vaso con agua y le echo jabón.
—De
pequeña hacía pompas de jabón de una manera un tanto especial. Mi padre y yo
competíamos por ver quién hacía una pompa más grande.
Me siento
a su lado, rozándonos a través de nuestras ropas. Un escalofrío me recorre y me
corta la respiración durante un breve segundo. Sonrío, y sigo explicándole el
juego.
—Hay que
hacer pompas con la boca. Cierras los labios, te untas un poco de agua por
encima y luego soplas lentamente. El truco está en la cantidad de agua que
pongas.
Me esparzo
el agua con jabón por mi boca y le hago una muestra. Una enorme pompa sale de
mi boca. Se nota mi práctica durante años. Él ríe a carcajadas.
—Estás
majareta. Jamás había visto algo así. Las personas normales hacen pompas con
pomperos, ¿sabes? —me pica.
Él me
imita y hace una pequeña pompa que inmediatamente se le explota. Estamos
jugando un rato más. Risas y risas salen de nosotros. Es una noche mágica.
Finalmente,
nos vamos, cierro la cafetería y me acompaña a casa.
—Gracias —dice—.
Necesitaba pasar un rato como este.
Me limito
a sonreír. Él se va y yo entro en casa. Meto la mano en mi bolsillo para
asegurarme de que el papel con la dirección sigue ahí. Y me acuesto pensando en
qué haré con Eliot.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Críticas y comentarios