Son las nueve
de la mañana y me dirijo, bajo el frío gélido que se concentra en el interior
de mi coche, hacia la facultad. Uno de los primero aparcamientos que encuentro
libre está justo al lado de donde Eliot ha dejado su coche. Ya conoce por dónde
me gusta dejar el mío y hace tiempo que él lo deja por el mismo sitio.
Al entrar en
clase busco, sobre todas las cabezas, la de Kat. Allí donde está, me siento en
el pupitre que me ha guardado a su lado. Varias filas más adelante, Eliot y
Steven están sentados separados por varios pupitres. Es entonces cuando me doy
cuenta de que Eliot también me guarda un sitio a su lado.
—¿Cómo estás?
—suelto como saludo a Kat mientras me acomodo en mi asiento—. Dios, odio estos
pupitres. No hay espacio para dejar tantas cosas… los bolígrafos, los folios,
la carpeta, el bolso, el abrigo, el paraguas… para ser una universidad de tanto
prestigio ya podría estar un poco mejor acondicionada —. En medio de mi monólogo
percibo que Kat está con la mirada perdida sin escuchar ni uno de los graznidos
que salen de mi boca. No, no tiene la mirada perdida, sino que la tiene fija en
Steven. Bueno, en su nuca. Termino de ajustarme en mi pupitre y escribo mi
nombre en la esquina superior derecha del primer folio, tal y como hacía en el
colegio.
¿En qué clase
de lío me he metido? Todo va hacia atrás. Creí que las cosas mejorarían al
deshacerme de mi guitarra pero no… tengo un trabajo que no me entusiasma, me
gustan dos chicos, hago una carrera de la que no estoy segura, creo que mis
pocos y nuevos amigos me odian…
—¿Por qué
nunca me hablas de ti? —me sorprende Kat en mitad de mis pensamientos.
—Sí te hablo
de mí. Te cuento mis cosas, lo de Eliot, y todo eso.
—No, lo poco
que me cuentas es porque yo te pregunto y a trancas y barrancas sueltas algo.
—Bueno pero,
¿por qué saltas ahora con esto, Kat?
—No sé.
Simplemente quiero ser una amiga en la que se pueda confiar.
—Y yo confío
en ti Kat pero es que simplemente yo soy más de guardarme cierto tipo de cosas
para mí misma.
—Sí, como me
dijo tu madre, te tienen que sacar las palabras con sacacorchos. Eres un vino
duro de abrir.
—¿Mi madre?
¿Cuándo te ha dicho ella eso?
—No importa.
—¿Cuánto hace
que nos conocemos? ¿Cuatro meses, quizás?
—Más o menos.
¿Qué vas a hacer estas Navidades?
—Estar con mi
familia, supongo. ¡Ah! Eliot va a hacer una fiesta en su apartamento por Año
Nuevo. ¿Y tú?
—No lo sé —concluye
secamente Kat la conversación tras el portazo que el profesor da para hacernos
saber que la clase acaba de comenzar.
—¿Por qué estás
tan rara? —murmuro acercándome a la oreja de mi amiga mientras sigo con la
mirada los pasos del profesor.
—No lo sé —responde
Kat en un tono más alto de lo adecuado.
—Deja de decir
“no lo sé”, por favor. ¿Quieres venir a mi casa a comer hoy?
—No me
apetece, gracias.
—Venga, tonta…
si sé que estás deseando —le digo camaleónica—. Hoy mi madre va a preparar
pasta a la boloñesa con todos los condimentos que tú sabes que ella le echa y
que hacen su comida tan rica. Además ayer hizo un bizcocho de naranja, de esos
que tienen la base esponjosa y jugosita… mmmm —sorprendentemente consigo que
Kat sonría.
—Vaaale… si te
empeñas.
Levanto mi
dedo pulgar derecho en señal de aprobación y ella hace lo mismo, juntando las yemas,
haciendo nuestra seña de identidad amistosa.
Cinco horas
más tarde, cojo a Kat por el brazo y la obligo a aligerar su marcha en un
intento casi imposible de despistar a Eliot. En un intercambio de clase me metí
en el baño y le envié un mensaje al móvil a mamá exigiéndole la comida que
tiene que preparar hoy para que Kat quede satisfecha. Obviamente, lo de la
pasta y el bizcocho era sólo un aliciente para convencer a Kat. Espero que mamá
se pusiera manos a la obra a tiempo.
He esquivado a
Eliot durante toda la mañana aunque no sé cómo lo he conseguido. No quiero
acabar el último día de clase antes de Navidad con un sabor amargo tras verlo.
Mientras sigo
tirando de Kat y ésta refunfuña por ello, de repente Steven pega un salto
frente a nosotras y nos interrumpe el camino.
—Kat,
¿podemos hablar?
—Hola Steven —digo
haciéndole ver que me molesta su aparición.
—Ah, hola —responde
desinteresado y vuelve a lo suyo—. Por favor Kat, sólo déjame explicarte. Por
favor, no me hagas pasar unas navidades negras.
—Te he dicho
mil veces que no —dice Kat mirando hacia arriba. Es tan bajita y tan adorable.
Me da pena su falta de autoestima.
—Steven,
¿podéis hablar en otro momento? Llevamos un poco de prisa.
—¿Hablar? Si
no estamos hablando. Nosotros no hablamos, ¿vale? Y nunca más vamos a hablar —dice
Kat.
Todo me parece
demasiado absurdo así que le digo un “adiós” apático a Steven y Kat y yo lo
rodeamos.
Varios minutos
más tarde estamos montadas en el coche y sin habernos puesto aún los cinturones
saco el auto de la plaza por temor a que Eliot, cuyo coche aún sigue aquí,
aparezca en cualquier momento.
—Vaya,
Lewis Hamilton. Déjame ponerme mi cinturón al menos antes de estrellarnos —bromea
Kat.
—Lo siento —me
disculpo mientras levanto el pie del acelerador poco a poco—. Oye, ¿se puede saber
qué te pasa exactamente con Steven? Quiero decir, al final no era que él te quería
dejar.
—No, pero yo igualmente
él cedió a esa apuesta. Quería ganar dinero a costa de llevarme lo antes posible
a la cama, a pesar de que él realmente quería llevarme por otros motivos. Aún así,
eso es motivo suficiente para darle la espalda. Y tú deberías haber hecho lo mismo
con Eliot. Eres demasiado buena. Qué coño digo. Eres tonta, tonta perdida —. Me
deja perpleja. Pero es que lleva razón —. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Quieres
matarme para dejarte más bizcocho o qué? A ti te pasa algo, ¿verdad que no me
equivoco?
—Ais, Kat,
deja las preguntas —me quejo.
—Has evitado
todo el día a Eliot. Crees que no me he dado cuenta porque he estado toda la
mañana en mi mundo. Pero yo me doy cuenta de todo, chica. ¿Os pasa algo?
—No.
—¿Ves? A esto
es a lo que me refería antes. A lo de “sacarte las palabras con sacacorchos”.
Pero vamos que ni con sacacorchos, ni con un desatascador, ni nada de nada. ¡No
hablas!
—Está bien. Te
prometo que esta tarde vamos a tener una tarde de chicas de verdad.
—¿No trabajas?
—No. Ayer le
tuve que hacer un favor a Darío, así que hoy le toca hacer mi turno —sonrío
satisfecha.
—Guay.
Entonces me vas a contar lo que te pasa sí o sí.
—Y después
será tu turno.
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