Mientras intentaba librarse de la
voz de Osmar en su cabeza, volvió a dormirse en el sofá con el sonido de la
televisión de fondo. No tardó mucho en despertar nuevamente.
Se levantó del sofá y se quedó de
pie mirando a su alrededor, como examinando cada rincón de la estancia. Se
aventuró al pasillo y subió las escaleras con precaución. Al final de éstas, se
detuvo nuevamente a echar una ojeada. Finalmente, se decidió por abrir la
primera puerta, detrás de la cual había una enorme cama y una decoración
demasiado sutil y madura para tratarse del dormitorio de una adolescente. Pasó
de largo y probó con la siguiente puerta. En efecto, había conseguido dar con
su habitación.
Se introdujo deprisa y cerró la
puerta con delicadeza, intentando hacer el menor ruido posible. Allí, intentó
examinar cada parte, cada elemento. Se acercó al escritorio y se sentó. Allí,
cogió una libreta y un lápiz, y escribió la siguiente dirección: Lorena
Padilla, calle Flores de Lémur, número veintisiete.
Pasó la página, y se apresuró a
escribir:
Querida Lorena.
Ya sé que ni tan siquiera han pasado 24 horas desde que nos conocimos,
pero no he podido aguantar más a escribirte. Espero que no creas que hago esto
con todas las chicas. De hecho, vi algo en ti, no sé qué podría ser, pero supe
que debía hacer de nosotros algo especial, algo que nadie hace. ¿Sabes? Las
tecnologías son demasiado ambiguas para mí. Creo que he heredado el
romanticismo de mi padre. Me gustan los detalles. El hecho de conocerte
mediante cartas, en lugar de a través de mensajes de teléfono, ¿no crees?
Nuestro primer encuentro fue maravilloso. Me pareciste una joven única,
además de hermosa, aunque supongo que eso es algo que te dirán a menudo. No sé
cuándo podremos volver a vernos, pero espero que me des una oportunidad y me
contestes a esta carta. ¿Recuerdas que te di mi dirección? Escríbeme ahí, no lo
olvides.
Permíteme conocerte mejor.
Osmar.
Arrancó la hoja y la dobló. Pensó
que en su cuarto debía haber sobres y sellos guardados, de cuando Gabi le
escribía a Osmar. Buscó en los cajones del escritorio y allí los encontró.
Metió la hoja en un sobre, le escribió la dirección de la misteriosa Lorena y
le colocó el sello.
Se quedó allí sentada unos
minutos, reflexionando y respirando profundo. Aún no comprendía qué podía haber
ido mal para que esta vez fuera diferente.
Inclinó la cabeza hacia abajo y
se miró el cuerpo. Llevaba un pijama asquerosamente infantil y femenino, todo
rosa y morado con un osito bordado en la camiseta y una especie de orejas en
relieve. Se dirigió al armario y observó la ropa, arrastrando
desinteresadamente las perchas.
—¿Cómo conseguía enfadar a sus
padres por la vestimenta? —se preguntó en voz alta. Todas las prendas eran
demasiado largas y anchas.
Cogió unos vaqueros que parecían
cómodos y un jersey con una especie de estampado étnico. Ahora le tocaba buscar
unas zapatillas o algo con que calzarse. Bajo la cama encontró varios pares de
botas y zapatillas. Se puso las primeras zapatillas que alcanzó.
Ahora tocaba la parte difícil:
salir de casa, buscar un buzón para echar la carta y volver sin tan si quiera
saber si habrá alguien en casa cuando vuelva para abrirle la puerta.
Un sigiloso cierre de puerta y
cinco calles recorridas después, consiguió visualizar un buzón de correos al
final de una avenida concurrida de la pequeña ciudad. Sintió alivio de no tener
que andar más para seguir buscando. Tenía que volver a casa cuanto antes, si es
que recordaba cuál era exactamente, y acostumbrarse a sus nuevas
circunstancias.
Llevaba la carta fuertemente
sujeta en la mano derecha, apretándola entre sus dedos para asegurarse de que
no se le escapaba. De un instante a otro, cuando ya se estaba acercando al
buzón, sintió una fuerte punzada en la cabeza, como la que había sentido justo
después de despertar la primera vez. La vista se le nubló y se mareó
ligeramente. Perdió el equilibrio y se dejó caer al suelo de rodillas, dándose
un fuerte porrazo en los huesos.
Inhaló profundamente y casi dio
un grito ahogado. Cuando se recuperó, Gabi comenzó a jadear. ¿Qué hacía allí
tirada? ¿Cómo había llegado hasta ahí? No recordaba nada. Se asustó.
Seguía sujetando la carta, que se
había arrugado un poco al estrujarla entre su mano y el asfalto.
«¡No! Maldita sea.» Era la voz de
Osmar de nuevo en su cabeza. «Gabriela, echa la carta. ¡Échala!» Sonaba
furioso. Gabriela, sin saber por qué, obedeció. Se levantó e introdujo la carta
en el buzón.
Notaba que tenía los ojos
redondos, sorprendida de lo que estaba sucediendo. Por un momento, pensó que no
podía controlarse a sí misma, pero de repente comenzó a correr en dirección a
la casa de su amiga Eli. Corrió y corrió, incluso aunque se quedaba sin
aliento. Quería llegar cuanto antes.
La entrada de la casa estaba
llena de basura. Incluso la bicicleta, que Gabi había usado la noche anterior,
seguía allí tirada. Pulsó el timbre numerosas veces, hasta que Eli abrió la
puerta. Ésta tenía un aspecto terrible, mezcla de una resaca interminable y la
desesperación de tener que dejar el horroroso destrozo de casa limpio y
ordenado antes de que volvieran sus padres.
—Ah, ¡por fin! Pensé que no
vendrías a ayudarme —confesó aliviada Eli.
Gabi entró rápidamente al
interior y cerró la puerta.
—No vengo a ayudarte. ¿Estás
sola?
—¿Cómo que no vienes a ayudarme?
¿Crees que puedo limpiar esto sola?
—Era TU fiesta, nunca me dijiste
que después tendría que venir a limpiar la porquería. Además, yo estuve aquí
poco rato.
—Es verdad, ¿qué tal fue? No te
vi volver —. Ahora Eli parecía haber olvidado la casa y se había centrado en la
cita de Gabi.
—No sé ni por dónde empezar.
—No pareces muy satisfecha. ¿Era
feo? ¿No estaba cachas?
—No, no es eso. Es que… joder. Es
difícil de explicar. Vas a pensar que estoy loca. Bueno, yo ya pienso que lo
estoy. No sé qué me pasa.
—No entiendo nada. ¿Loca? ¿Por
qué? —Eli agarró una gran bolsa de basura negra y empezó a echar al interior
cosas al azar.
Gabi se fijó en una mancha gris
que resaltaba en la pared blanca. Se dejó caer pesadamente en el sofá, justo en
el mismo sitio donde había estado charlando con Carlos. Inspiró profundamente y
cogió valor para soltarlo todo del tirón.
—Todo iba bien, nos besamos y
casi nos acostamos. Pero de repente me encontré forcejeando contra él y contra
un cuchillo que tenía en su mano. Tengo un leve recuerdo de que me lo hincó,
pero no tengo nada —. Volvió a mirarse el pecho para cerciorarse, separando el
jersey de su cuerpo.
—¿Qué? O sea, ¿qué tomaste? —Eli
no pudo contener una risita, y a Gabi eso le molestó.
—Estoy segura de lo que pasó. Yo
cogí un cristal roto para defenderme, y se lo hinqué en la espalda, creo —se
quitó la venda de la mano para enseñarle a Eli las heridas.
Eli enterró la mirada en la palma
de la mano de Gabi. Se le quedó la boca abierta y la bolsa de basura se le
escapó de la mano, haciendo un estruendoso ruido de todas las latas y botellas
de plástico en su interior. Se posó en el sofá y examinó la mano.
—¿En serio? ¿Te intentó matar? ¿Y
qué pasó después? ¿Cómo saliste de allí?
—Esa es la parte que no recuerdo
bien. Me quedé inconsciente, pero no sé por qué, no tengo ningún golpe en la
cabeza. Después me desperté, estaba sola y me largué de allí corriendo. Volví a
tu casa, la bicicleta está tirada en la entrada —le avisó—. Me duché y llamé a
mi padre con tu móvil. He perdido el mío, lo tenía en la mochila, y también las
llaves y la cartera.
Eli no podía articular palabra.
Casi no creía lo que estaba oyendo. Su mejor amiga había estado a punto de ser
asesinada por un perturbado que la había estado enamorando durante un año.
—Pero, ¿qué vas a hacer? ¿Se lo
has contado a tus padres?
Gabi comenzó a recaer y dejó
salir otra vez las lágrimas.
—No tengo ni idea, Eli —dijo
desesperada—. No sé si contárselo a mis padres, si llamar a la policía… y, ¿qué
explicaciones daría entonces?
—Tienes que ir a la policía. Hay
un asesino suelto. Joder, Gabi, ¡tienes su dirección! Sólo tienes que explicar
a la policía los hechos y dársela. Lo cogerían al instante.
—No es tan fácil, Eli.
—¿Cómo que no? ¿Es por tus
padres? ¡Eres subnormal! Es arriesgarte a que ese chalado te vuelva a buscar o
que tus padres te castiguen por enterarse.
—¡Creo que él no existe!
Eli agachó la cabeza y se puso la
mano en la frente, haciéndole saber a Gabi que era absurdo lo que acababa de
decir.
—¿Que no existe? ¡Cómo no va a
existir!
—Le puedo oír, ¿vale? Es como si
estuviera dentro de mí. Y hace un rato me he descubierto haciendo algo que yo
no quería hacer, no lo tenía planeado.
—¿Pero qué dices? Realmente creo
que estás loca.
—Empecé escuchándole esta mañana.
Como si estuviera al lado mío, pero yo estaba sola. Y después lo volví a oír. Y
me daban como punzadas en la cabeza. Me tomé una pastilla y me volví a dormir,
para ver si se pasaba. Es lo último que recuerdo. De repente estaba tirada en
el suelo como a unos diez minutos caminando desde mi casa, con una carta en la
mano. No sabía qué hacía allí, pero otra vez no pude controlarme, no sabía lo
que estaba haciendo, pero me levanté y eché la carta al buzón, ¡y yo no he
escrito esa carta! No sé ni para quién era.
—¿Qué significa todo esto? —Eli
estaba realmente asustada.
—Creo que Osmar nunca ha sido
real.
—Es decir, ¿que te lo has estado
imaginando todo este tiempo?
—Es la única explicación que le
encuentro.
—¿Cómo va a ser eso posible?
Eli, en un arrebato de
desesperación, cogió la mitad de un porro que había sobre la mesita y fue a
encendérselo.
—No sé, a la gente se le va la
pinza, se vuelve loca sin venir a cuento. Y creo que a mí me ha pasado. Justo
hace un año que fumé el primer porro. Quizá me ha jugado una mala pasada.
Súbitamente, Eli metió el porro
en un vaso con líquido que había cerca. Se quedaron pensativas unos instantes.
—¡Las cartas! Osmar te enviaba
cartas. ¿Las tirabas o las has estado guardando?
—Supuestamente las he estado
guardando, pero probablemente debajo de mi cama no haya nada. O incluso puede
que me haya estado enviado cartas a mí misma.
—Vale. Primero, por favor,
ayúdame a recoger todo este desastre. Segundo, ninguna de las dos volveremos a
tomar ninguna sustancia, ni siquiera una calada de un porro. Y tercero, cuando
acabemos aquí, vamos a tu casa a buscar esas cartas.
Gabi asintió. Se volvió a cubrir
bien la mano y se levantó para ayudar a Eli.
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