Les tomó casi cuatro horas llevar
la casa a su estado original. La limpieza incluía desde las paredes hasta pasar
el fregón al menos tres veces, pasando por la entrada de la casa y los baños.
Ni siquiera se dieron cuenta de que ya había transcurrido el mediodía hasta que
se reunieron en el sofá atrapadas por el suelo recién fregado.
—¿Comemos? —sugirió Eli.
—Por favor. Me conformo con algo
para picar, no nos pongamos a cocinar ahora.
Esperaron en silencio hasta que
el suelo se secó y entonces ambas se dirigieron a la cocina.
—Lo… —Eli titubeó— ¿Lo has vuelto
a escuchar? Digo… ¿has oído su voz durante el tiempo que llevas en mi casa?
—No —respondió aliviada Gabi —.
¿Por qué?
—Porque no me has hablado en todo
el rato, hasta ahora.
—Ya. Tengo muchas cosas en las
que pensar y no paro de darle vueltas a todo. Está bien, hagamos unos
sándwiches.
—Entonces, ¿cómo era él? Quiero
decir, en tu imaginación, o en la realidad o en lo que quiera que sea que se
represente Osmar —preguntó Eli mientras sacaba el pan de molde y buscaba algo
de embutido.
—Es… era alto, bastante alto. Su
pelo era moreno y corto, un poco alborotado. Tenía la boca pequeña, pero cuando
sonreía parecía más amplia, y sus dientes no eran perfectos, pero me suplicaban
que los saborease. Su disfraz parecía muy real, incluso llevaba alas, se había
esmerado mucho.
Eli dejó a medio untar con
mantequilla una rebanada de pan.
—¿Cómo no se iba a esmerar en el
disfraz, si te lo estabas imaginando? Siempre imaginamos las cosas muy bonitas
pero luego nos sale un adefesio, sino mírate tú cómo ibas. Sólo eras una tía
pintada de gris y con ropa de verano.
Gabi se ofendió con la pregunta,
pero finalmente rió. Eli continuó hablando y convirtió la conversación en un
monólogo, como solía hacer siempre.
—Fíjate, si llegas a saber que
Osmar era un fantasma, te podrías haber quedado con el tío con el que estabas
hablando. Ese sí que era guapo de verdad, no como Osmar —Eli no podía dejar de
soltar flechas sin mala intención—, y parecía muy interesado en ti. Bueno, parecía, prácticamente te estaba
metiendo mano cuando os vi.
—No es verdad, yo me hago
respetar —se quejó Gabi.
—Sí, la mano de un conocido de
veinte minutos subiendo por tu muslo y tus restregones con él bailando dice
exactamente lo mismo.
—Había fumado.
—¿Qué pasa? ¿La Gabi de hace un
año ha vuelto? ¿Dónde está la chica rebelde que me metió en los porros y me
apoyó en hacer una fiesta destructiva en mi casa a escondidas de mis padres?
¿Vas a ir el domingo a misa?
—Gilipollas. —A Gabi le irritaron
tantas ironías.
—¿A mí no me untas mantequilla?
—protestó Eli.
—No te gusta.
—Es verdad. Perdón. —Eli podía
llegar a ser muy bocazas y ruda, pero podía reconocer en los rostros cuándo
había hecho daño de verdad e inmediatamente retractarse en sus palabras.
«¿Estuviste con otro la misma
noche que nos íbamos a ver? ¡Serás zorra!»
Gabi dejó caer medio cuerpo sobre
la encimera y hundió la cabeza entre sus brazos tras oír aquello en su cabeza.
Quiso dejar la mente en blanco para no darle importancia y, sobre todo, para no
darle una respuesta a Osmar. ¿Hasta cuándo iba a durar la voz? ¿Era pasajera o
estaría en su cabeza para toda su vida?
—¡Gabi! —gritó Eli zangarreándola
por los hombros—. ¿Qué haces? Joder, me has asustado. ¿Lo has vuelto a oír?
Se incorporó lentamente con los
ojos entrecerrados, como si le molestara la luz.
—No pasa nada, estoy bien. Venga,
vamos a mi casa. Nos comemos esto por el camino, no puedo esperar más para
saber qué pasa.
Eli se detuvo a ponerse un abrigo
y una bufanda y después salieron de casa. Devoraron los sándwiches y Eli se
arrepintió de no haber cogido algo más para comer aunque, sin embargo, Gabi no
tenía cabida en su cuerpo para otra cosa que para Osmar.
—¿Papá? ¿Mamá? —gritó desde la
puerta para asegurarse de que no había nadie en casa. Sus padres siempre
estaban trabajando, incluso en los días de fiesta.
—Mi madre me dijo que fuera al
cementerio a poner flores en la tumba de mi abuela —dejó caer Eli de forma desinteresada—
¿Me acompañas?
—No sé, tal vez. Vamos —indicó.
Subieron al cuarto de Gabi casi
en cuclillas, aun sabiendo que no había nadie en casa. Gabi se arrodilló y
deslizó la caja, donde ella creía que guardaba las cartas, hacia afuera. La
destapó y, efectivamente, ahí estaban.
Miró a Eli, que permanecía de pie
a su lado con espanto.
—Si las cartas están ahí, ¿quiere
decir que Osmar es real? Comprueba que no es tu letra.
—Yo no podría copiar esa
caligrafía ni aunque de ella dependiera mi acceso a la universidad. —Le extendió
una carta cualquiera a Eli.
—No es una caligrafía cualquiera,
parece como si se hubiera estado entrenando toda su vida exclusivamente a ella.
Me recuerda a un documento antiguo, de esos que escribían con plumas y tinta.
Entonces, Osmar existe y te intentó matar. —Eli comenzó a darse cuenta de la
gravedad de la situación—. Que tú escaparas no descarta que te vuelva a buscar,
él tiene tu dirección. ¡Puede estar en la puerta de tu casa ahora mismo! ¿Y si
te mata? ¿Y a tus padres? ¿Y si me mata a mí también?
Eli se sentó abatida en la cama y
resopló, intentando calmar sus nervios, mientras Gabi permanecía en silencio,
pensando.
—Sigue sin haber algo que no me
cuadra. ¿Por qué me quedé inconsciente y él no remató la faena? Y no tengo nada
en el cuerpo, a parte de la herida de la mano que, recuerdo perfectamente, me
creé yo mismo. A lo mejor estoy confundida. Puede que me diera un golpe en la
cabeza y Osmar se asustara y me dejara allí.
—¡Sí! Qué valiente por su parte,
dejar a una chica semidesnuda tirada inconsciente en el suelo a la intemperie.
¿Y tus recuerdos? ¿Y lo de la mano?
—No sé. —Gabi se intentaba
excusar queriéndole restar peligro a la situación—. A lo mejor, con el golpe,
me lo imaginé todo y la herida me la hice de otra forma. No me extrañaría que
todo fuera fruto de mi imaginación, al fin y al cabo creo que Osmar me habla
todavía. Quizá todo ha sido un malentendido y Osmar existe de verdad y, joder,
igual me quiere. —Gabi buscaba motivos para recobrar la ilusión que, hasta el
día anterior, había sentido por Osmar.
—Bien, pues ahí tienes su
dirección. Ve, llamas al timbre y le dices “hola, Osmar. Venía a preguntarte si
todavía me quieres o de verdad me intentaste matar. Si es lo segundo, no te
muevas, que voy a llamar a la policía.” Y después os sentáis a esperar a que lo
arresten.
—Lo último que necesito es que me
vengas con sarcasmos. Es que todo es muy raro, ¿qué puedo hacer? ¿Y si… le
vuelvo a escribir una carta? Haciendo como que no recuerdo nada e invitándole a
quedar en un sitio público donde haya mucha gente.
—No es tan mala idea. Pero
todavía no estarías fuera de peligro, si es que hay algún peligro. Es tu decisión, Gabi,
si te quieres arriesgar… él te solía responder rápido, ¿no? Puede que de aquí a
dos semanas, como mucho, lo hayas vuelto a ver y se haya solucionado todo.
—Sí, es justo lo que estaba
pensando. ¿Qué le escribo para que parezca real?
Gabi se sentó en su escritorio
para escribir. Vio que no estaba como ella lo solía dejar. Una hoja había sido
arrancada de la libreta y el bolígrafo estaba sin su capucha y fuera del
lapicero. Pensó en unas horas antes, cuando se descubrió a sí misma echando una
carta al buzón sin poder controlarse. Con paciencia, cerró la libreta y cogió
un folio limpio, como había hecho siempre que le había escrito a Osmar.
Querido Osmar,
Comenzó. Eli estaba a su lado,
observando y esperando que siguiera.
—¿Qué más? —urgió Gabi.
—¿QUÉ MÁS? —repitió— Yo qué sé.
Haz como siempre has hecho, escríbele alguna ñoñería para que crea que todo
sigue igual.
Te va a resultar extraño pero, ¿qué pasó la otra noche? Creo que me
excedí con lo que bebí y… con lo que fumé.
—No le digas que te despertaste
sola —la interrumpió Eli—. Dile que lo último que recuerdas es que estabais
besándoos y después te despertaste en tu cama.
Lo único que recuerdo es que te estaba besando y después me desperté en
mi cama, como si nunca me hubiera encontrado contigo. Lo lamento mucho, no sé
lo que hice o lo que te dije. Espero que no estés enfadado conmigo. Ojalá
pudiera recordarlo todo, tenía tantas ganas de verte… ¿Podríamos vernos otra
vez? Por favor. Lo de las cartas no puede durar para siempre, ni siquiera tengo
tu número de teléfono.
Gabi reflexionó sobre lo extraño
que era que un chico joven se empecinara en mandar cartas en lugar de mandar
mensajes de móvil.
Por favor, respóndeme pronto. No veo el momento en el que nos veamos de
nuevo.
Un enorme beso de Gabi
Puso su firma informal, como
solía hacer en todas las cartas que le había enviado. Repasó lo que había
escrito, con Eli leyendo por detrás de
su hombro, quien le dio su aprobación.
—¿Seguro? —titubeó Gabi.
—Seguro. Venga, métela en un
sobre y ponle el sello, yo. Yo la echo al buzón. Me voy para casa, mis padres
deben estar a punto de llegar.
—Gracias. —Gabi hizo lo que Eli
le indicó—. Solo una cosa más, me gustaría recuperar mis cosas, sé dónde están,
pero no quiero ir sola.
—No voy a ir contigo, las dos
solas, a donde Osmar, hipotéticamente, te agredió.
—Llama a algún chico, a Rafa.
—Rafa fue muy amigo de ambas desde que eran pequeños, pero se distanció de
ellas hace un año, aunque seguían manteniendo el contacto, especialmente él y
Eli.
—Lo intentaré, aunque con solo un
hombre no me basta, intentaré convencer a más. ¿Cómo se llamaba el de la
fiesta?
—Mmmm —Gabi hizo memoria—.
Carlos.
—Carlos, de acuerdo. Preguntaré
quién conoce a ese tal Carlos y le pediré que nos acompañe, no creo que se
niegue al decirle tu nombre.
—Oportunista —le acusó Gabi.
—Me voy. Si muero, eres cómplice.
Dicho esto, Eli salió del cuarto
y poco después se escuchó el portazo al salir. Gabi la observó alejarse por la
ventana y, de paso, miró si había alguien más. El estar sola la hizo estar más
asustada y sentirse indefensa.
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