Esto es como
de película: unas veinte personas, desde familiares hasta amigos de la familia,
esperando a que nos den la noticia de que ha nacido mi hermano. Papá y la
abuela están dentro. No dejaban entrar a más personas, y he querido que sea mi
abuelita quien presencie ese momento.
¡Ah! Eliot…
Eliot está aquí sentado a mi lado, no se separa de mí y no deja mi mano libre.
Finjo gestos para soltarlo, como rascarme cualquier parte de mi cuerpo, secarme
el sudor, hacerme aire con la palma de la mano, colocarme el pelo… pero él
siempre vuelve a cogerla. Es como si se le hubiera olvidado la pelea de hace un
rato. No entiendo este tipo de acciones. Si has discutido con alguien, ¿cómo
haces para estar al instante como si nada hubiera ocurrido? A mí, sencillamente
mi interior no me deja estar tranquila. Ya sea la tristeza, la ira, el dolor o
cualquier otra cosa, pero siempre hay algo dentro de mí que no me permite
tratar la situación como si nada hubiera ocurrido. Y la mano… ¿por qué me
agarra la mano? ¿No le he dejado lo suficientemente claro antes lo de ir más
despacio? ¿Cómo hay que decirle a Eliot las cosas para que las comprenda? Cómo
desearía que estuviera Drew en su lugar…
¿Pero qué hago
pensando en Eliot y suplantándolo por Drew mentalmente? Debería estar nerviosa,
emocionada, eufórica…
—Cariño, ¿estás
bien? —interrumpe Eliot mis razonamientos. Me quedo unos segundos mirando al
frente, tratando de respirar hondo, apretando en un puño la mano que me queda
libre, pero…
—¡Vete!
¡Quiero que te vayas! ¡Déjame en paz! ¡Déjame vivir este momento sola! ¡Y no me
llames “cariño”! —Cuando acabo de gritar, me doy cuenta de que estoy de pie,
vociferando a Eliot desde arriba, él empequeñecido en su asiento y abochornado,
y toda la sala de espera mirándome en silencio.
Para escapar
de esta situación, solo se me ocurre salir corriendo a esconderme en cualquier
rincón del hospital.
—No quiero que
estés aquí cuando vuelva. Ya hablaremos —es lo último que digo secamente antes
de huir.
Me acomodo
contra la pared y me dejo escurrir por ella hasta sentarme en el suelo de uno
de los pasillos del hospital. Intento controlar mi respiración para calmarme.
No estoy triste, no estoy dolida, solo estoy cabreada. Puede que como nunca en
mi vida lo haya estado.
Al cabo de un
rato, cuando me he tranquilizado, saco el móvil para mirar la hora. Son casi
las nueve de la noche, llevamos como unas dos o tres horas en el hospital, ya
no lo sé. De paso, me encuentro con algunos mensajes y llamadas perdidas. No
son llamadas ni mensajes de Kat, ni de Steven, ni de Drew. Ellos saben que en
estos momentos no los quiero ni los necesito. Sin leerlos, borro cada uno de
los mensajes que me ha enviado Eliot en estos quince o veinte minutos desde que
lo invité a irse.
Me espero un
rato más a solas y después vuelvo a la sala de espera de la maternidad,
deseando con todas mis fuerzas que se haya ido, tantas que casi noto súplicas
ardiendo saliendo de mi garganta en silencio.
—Alison, ¿dónde
estabas, por Dios? ¡Venga! —me grita la tía Gemma al verme— ¡Entra a verlo!
Así que… ya ha
nacido. Mi hermanito. Mi nueva vida.
—¿Por qué no
me habéis avisado?
—Teníamos
miedo de llamarte al móvil después de lo de antes —confiesa mi primo Zac.
No tengo
palabras para describir una situación como esta. Son sentimientos inalcanzables
para las palabras, no se pueden definir. Es una sonrisa que no puedes quitar de
tu rostro, tan intensa y duradera que acaba doliendo a las mejillas. Ojos
humedecidos, dejando derramar de vez en cuando una gota de alegría. Manos
débiles, temblorosas, asustadizas y amables. Cosquilleos… y no poder dejar de
mirarlo.
Y la abuela…
está tan emocionada. No deja de repetir que podría ser el último nieto que
conozca.
—Ali, cielo.
¿Me enseñarás la canción que le vas a componer a tu hermano? —me dice repetidas
veces.
—Claro, abuela.
—Me siento afortunada de poder hacer realidad sus deseos. Tan solo un día
atrás, hubiera tenido que decir que no.
He mandado
mensajes a Kat y Drew para que sepan la noticia. Les he hecho saber que está
todo bien, mi madre y el bebé. Papá se ha quedado en el hospital con mamá, que
estaba destrozada físicamente.
Esta noche ha
comenzado a llover así que, a pesar del frío, abro mi ventana para que el olor
de la lluvia, que tanto me , se adentre en casa.
Una vez
relajada tras una ducha extremadamente caliente y una buena taza de chocolate,
me siento al borde de mi cama y la miro,
dudosa. ¿Lo intento? ¿O mejor voy a dormir? Me atrevo a sacarla de su envoltorio,
como si yo fuera una niña abriendo alegremente el papel de una piruleta. Me
siento, con ella en mi regazo y comienzo a recordar algunos acordes. La música
empieza a fluir de mis manos y mis labios. Al principio demasiado flojo, casi
susurrando, como si estuviera asustada, lo hiciera de espanto… pero aquel mismo
sentimiento que perdí hace bastantes meses vuelve a mi interior y mi propia voz
se apodera de mí nuevamente.
Con el pijama
puesto, el pelo recogido en una coleta con mi pelo rizado y el flequillo
lateral suelto, y una bufanda en mi garganta que casi hace juego con mis calcetines, recorro mi habitación como loca,
bailoteando con mi guitarra a cuestas, como si de un escenario se tratase.
Después de una
media hora tocando sin parar, me desplomo en mi cama con la guitarra aún sobre
mí. Me miro los dedos de la mano izquierda, están rojos de tanto apretar las
cuerdas, casi me duelen las yemas de los dedos. Pronto volverá a ser como antes
y podré tocar horas y horas.
De repente,
sin saber por qué, tengo ganas de llorar. De alegría y de frustración. ¿Cómo he
llegado a este punto? Sollozo, con mis manos sobre la cara, entreabriendo los
dedos dejando el techo visible a mis ojos.
Durante tres o cuatro minutos, la escena se repite hasta que el estornudo
de alguien en mi porche me hace distraerme de mis llantos.
Me seco la
cara con las mangas, suelto la guitarra sobre mi cama y me asomo a la ventana.
Y ahí está.
—¿Qué haces
ahí? —le pregunto.
—Quería venir
a verte, para saber cómo estabas y eso.
Corriendo,
bajo a abrirle la puerta y, antes de que dé un paso hacia dentro, me lanzo a
sus brazos y allí, en los hombros de Drew, comienzo a llorar.
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