18 enero, 2016

Acordes de amor y despedidas - Capítulo 26

Esto es como de película: unas veinte personas, desde familiares hasta amigos de la familia, esperando a que nos den la noticia de que ha nacido mi hermano. Papá y la abuela están dentro. No dejaban entrar a más personas, y he querido que sea mi abuelita quien presencie ese momento.

¡Ah! Eliot… Eliot está aquí sentado a mi lado, no se separa de mí y no deja mi mano libre. Finjo gestos para soltarlo, como rascarme cualquier parte de mi cuerpo, secarme el sudor, hacerme aire con la palma de la mano, colocarme el pelo… pero él siempre vuelve a cogerla. Es como si se le hubiera olvidado la pelea de hace un rato. No entiendo este tipo de acciones. Si has discutido con alguien, ¿cómo haces para estar al instante como si nada hubiera ocurrido? A mí, sencillamente mi interior no me deja estar tranquila. Ya sea la tristeza, la ira, el dolor o cualquier otra cosa, pero siempre hay algo dentro de mí que no me permite tratar la situación como si nada hubiera ocurrido. Y la mano… ¿por qué me agarra la mano? ¿No le he dejado lo suficientemente claro antes lo de ir más despacio? ¿Cómo hay que decirle a Eliot las cosas para que las comprenda? Cómo desearía que estuviera Drew en su lugar…


¿Pero qué hago pensando en Eliot y suplantándolo por Drew mentalmente? Debería estar nerviosa, emocionada, eufórica…

—Cariño, ¿estás bien? —interrumpe Eliot mis razonamientos. Me quedo unos segundos mirando al frente, tratando de respirar hondo, apretando en un puño la mano que me queda libre, pero…

—¡Vete! ¡Quiero que te vayas! ¡Déjame en paz! ¡Déjame vivir este momento sola! ¡Y no me llames “cariño”! —Cuando acabo de gritar, me doy cuenta de que estoy de pie, vociferando a Eliot desde arriba, él empequeñecido en su asiento y abochornado, y toda la sala de espera mirándome en silencio.

Para escapar de esta situación, solo se me ocurre salir corriendo a esconderme en cualquier rincón del hospital.

—No quiero que estés aquí cuando vuelva. Ya hablaremos —es lo último que digo secamente antes de huir.

Me acomodo contra la pared y me dejo escurrir por ella hasta sentarme en el suelo de uno de los pasillos del hospital. Intento controlar mi respiración para calmarme. No estoy triste, no estoy dolida, solo estoy cabreada. Puede que como nunca en mi vida lo haya estado.

Al cabo de un rato, cuando me he tranquilizado, saco el móvil para mirar la hora. Son casi las nueve de la noche, llevamos como unas dos o tres horas en el hospital, ya no lo sé. De paso, me encuentro con algunos mensajes y llamadas perdidas. No son llamadas ni mensajes de Kat, ni de Steven, ni de Drew. Ellos saben que en estos momentos no los quiero ni los necesito. Sin leerlos, borro cada uno de los mensajes que me ha enviado Eliot en estos quince o veinte minutos desde que lo invité a irse.

Me espero un rato más a solas y después vuelvo a la sala de espera de la maternidad, deseando con todas mis fuerzas que se haya ido, tantas que casi noto súplicas ardiendo saliendo de mi garganta en silencio.

—Alison, ¿dónde estabas, por Dios? ¡Venga! —me grita la tía Gemma al verme— ¡Entra a verlo!

Así que… ya ha nacido. Mi hermanito. Mi nueva vida.

—¿Por qué no me habéis avisado?

—Teníamos miedo de llamarte al móvil después de lo de antes —confiesa mi primo Zac.

 
No tengo palabras para describir una situación como esta. Son sentimientos inalcanzables para las palabras, no se pueden definir. Es una sonrisa que no puedes quitar de tu rostro, tan intensa y duradera que acaba doliendo a las mejillas. Ojos humedecidos, dejando derramar de vez en cuando una gota de alegría. Manos débiles, temblorosas, asustadizas y amables. Cosquilleos… y no poder dejar de mirarlo.

Y la abuela… está tan emocionada. No deja de repetir que podría ser el último nieto que conozca.

—Ali, cielo. ¿Me enseñarás la canción que le vas a componer a tu hermano? —me dice repetidas veces.

—Claro, abuela. —Me siento afortunada de poder hacer realidad sus deseos. Tan solo un día atrás, hubiera tenido que decir que no.


He mandado mensajes a Kat y Drew para que sepan la noticia. Les he hecho saber que está todo bien, mi madre y el bebé. Papá se ha quedado en el hospital con mamá, que estaba destrozada físicamente.

Esta noche ha comenzado a llover así que, a pesar del frío, abro mi ventana para que el olor de la lluvia, que tanto me , se adentre en casa.

Una vez relajada tras una ducha extremadamente caliente y una buena taza de chocolate, me siento al borde de mi cama y la miro, dudosa. ¿Lo intento? ¿O mejor voy a dormir? Me atrevo a sacarla de su envoltorio, como si yo fuera una niña abriendo alegremente el papel de una piruleta. Me siento, con ella en mi regazo y comienzo a recordar algunos acordes. La música empieza a fluir de mis manos y mis labios. Al principio demasiado flojo, casi susurrando, como si estuviera asustada, lo hiciera de espanto… pero aquel mismo sentimiento que perdí hace bastantes meses vuelve a mi interior y mi propia voz se apodera de mí nuevamente.

Con el pijama puesto, el pelo recogido en una coleta con mi pelo rizado y el flequillo lateral suelto, y una bufanda en mi garganta que casi hace juego con mis  calcetines, recorro mi habitación como loca, bailoteando con mi guitarra a cuestas, como si de un escenario se tratase.

Después de una media hora tocando sin parar, me desplomo en mi cama con la guitarra aún sobre mí. Me miro los dedos de la mano izquierda, están rojos de tanto apretar las cuerdas, casi me duelen las yemas de los dedos. Pronto volverá a ser como antes y podré tocar horas y horas.

De repente, sin saber por qué, tengo ganas de llorar. De alegría y de frustración. ¿Cómo he llegado a este punto? Sollozo, con mis manos sobre la cara, entreabriendo los dedos dejando el techo visible a mis ojos.  Durante tres o cuatro minutos, la escena se repite hasta que el estornudo de alguien en mi porche me hace distraerme de mis llantos.

Me seco la cara con las mangas, suelto la guitarra sobre mi cama y me asomo a la ventana. Y ahí está.

—¿Qué haces ahí? —le pregunto.

—Quería venir a verte, para saber cómo estabas y eso.


Corriendo, bajo a abrirle la puerta y, antes de que dé un paso hacia dentro, me lanzo a sus brazos y allí, en los hombros de Drew, comienzo a llorar.

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