—Te hubieses
vuelto loca si hubieses estado donde he ido a trabajar. –Drew hace comillas con
los dedos cuando menciona la última palabra.
—Hola —saludo
alegremente—. ¿Y eso?
—Había cinco
gatitos pequeños. —Drew se sienta a mi lado donde siempre, en el lugar donde
toca su violín.
—¡¿Sí?!
—exclamo entusiasmada—. Un momento… ¿cómo sabes de mi amor por los gatos?
—¿Bromeas?
Chapas de gatos pegadas en tus bolsos y mochilas, pendientes de gatos, cada
semana un gato nuevo como fondo de pantalla de tu móvil, los “oooooh” que
sueltas cada vez que ves un gato callejero, camisetas de gatos, panteras,
tigres, leones… —me hace reír—. ¡Oh! Por no mencionar el anillo que sueles
llevar de orejas de gato —cuando dice esto, me coge suavemente la mano izquierda
que es donde llevo el anillo al que se refiere. Mi respiración se corta, la sangre
empieza a navegar desenfrenada por mis venas. El juego de aguantar las miradas
no me vale con Drew y rápidamente miro hacia abajo y noto el rubor de mis
mejillas. Unos fugaces segundos vuelan mientras nuestras manos se están
tocando. Finalmente, aparto mi mano para entrelazarla con la otra.
—Bueno, Santa
Claus con retraso. ¿Dónde está mi sorpresa?
—Tienes que
acompañarme a un sitio. Y antes de que digas nada, no ofrezcas tu coche. Vamos
andando.
—De acuerdo. —Me
pongo en pie—. Guíame —le ofrezco.
Él se pone en
pie y comienza a caminar. Me sitúo a su lado y le sigo.
—¿Está lejos?
—No. No te
preocupes. ¿No te gustan los largos paseos?
—Sí. Bueno, en
realidad, antes cuando ni era universitaria ni camarera, me encantaba pegarme
caminatas.
—¿Sola?
—Sí. No me
gusta caminar acompañada. Es como que… no sé. Me interrumpe mi tranquilidad, mi
paso. Siempre estoy preocupada por dónde querrá ir la otra persona, si estará
cansada o no… esas cosas.
—A mí también
me gusta pasear solo. Es cuando mejor pienso.
—¿Pensar en
qué? —me atrevo a preguntarle.
—No sé. Cosas.
Me pierdo en mi mundo. Soy muy imaginativo, soñador diría yo.
—Yo antes era
igual.
-Déjame
adivinar: hasta que te deshiciste de tu guitarra —dice como si repitiera una
explicación que acaba de dar el profesor en clase.
—Tú lo has
dicho.
—Bueno. Quizá
algún día vuelvas a pasear sola como las locas. ¿Sabes qué? ¿Recuerdas a la anciana
loca de los gatos de Los Simpsons? Apuntas maneras para ser ella.
—Siempre he
pensado lo mismo de mí misma.
—Estarás
rodeada de gatos, y hablarás sola… y le irás lanzando gatos, que te irás
sacando de la rebeca, a la gente.
—¡Oye! Muchas
veces la compañía de los animales es mucho mejor que la de las personas.
—No te lo
niego pero… qué vejez más mala tendrías, ¿no?
—Teniendo en
cuenta que estaré loca, seguro que soy feliz. Los locos son felices, ¿no?
—Tú ya estás
loca, no tienes que esperar a ser ancianita.
—Vaya, gracias
por llamarme “loca”. —Cruzo mis brazos y aparento estar dolida.
—Dicen que los
locos son las mejores personas. Bueno, ese decía el Gato de Chesire. —Lo miro y
sonrío. Le doy un suave empujón—. Ahora en serio. No creo que acabes tu vida en
soledad.
—No lo sé.
Depende.
—¿Qué hay de
ese chico? —hace que se me encrespe el vello con esta pregunta.
—Eliot… pues… —Me
quedo en blanco—. No sé. Creo que esto es pasajero. ¿Y tú? —No quiero hablarle
de Eliot. Sin embargo si quiero que me hable de Monique.
—Es pronto
para decir eso. Puedo acabar solo con mi violín, viudo, con la mujer de mi
vida… —Clava sus ojos en mí como si me aludiera.
—Sí, llevas
razón, es pronto para decir eso.
—Tengo la
sensación de que tienes una voz increíble.
—Increíble no
sé, pero sí que me encanta cantar.
—Prométeme una
cosa. Prométeme que si algún día recuperas tu guitarra, pero no otra guitarra, la
tuya, me cantarás una canción. ¡No! Compondrás una canción para mí y me la
cantarás.
—Jamás voy a
recuperar mi guitarra.
—Bueno, más
motivos tienes para prometérmelo, porque puede que nunca tengas que cumplir tu
promesa.
—Está bien. Lo
prometo. —Alzo mi mano para concretar el trato con un apretujón que rápidamente
me devuelve.
Justo después,
me doy cuenta de que nos hemos detenido y estamos frente a la tienda donde
vendí la guitarra.
—¿Qué hacemos
aquí?
—Había pensado
que el mismo sitio donde debes recuperar tu guitarra debía ser el mismo en el
que la perdiste.
—¿Qué? —pregunto
incrédula.
—Entra y
verás.
Abro, con
dudas, la puerta y pongo mis pies en el interior de la tienda.
—Bien. ¿Y
ahora qué? —pregunto. Drew se coloca tras de mí.
—No lo hagas —susurra
a mis espaldas. Recuerdo perfectamente que esas fueron las primeras palabras
que me dijo cuando aún no nos conocíamos.
—¿Qué haces? —Estoy
desconcertada. Entonces, la misma señora que compró mi guitarra, me la vuelve a
tender ahora de nuevo. Un escalofrío indescriptible me sube desde los dedos de
los pies hasta la garganta, donde un nudo de incredulidad se crea.
Miro fijamente
el tallado de mi nombre en ella. Noto cómo los ojos se me humedecen, no sé si
de la emoción o de qué maldito sentimiento. La mano de Drew, que se introduce y
vuelve a salir rápidamente del bolsillo de mi chaqueta, me saca de mis
conmociones.
—Saca el
dinero de tu bolsillo y devuélveselo —me susurra en el oído.
Hago lo que me dice y le doy a la mujer el dinero que me acaba de dejar
en el bolsillo. Treinta y nueve dólares, justo el precio por lo que la vendí. Ni
siquiera me paro a pensar que se trata del dinero de Drew. Después, cojo la guitarra
y la funda a la que Drew le ha debido de añadir un pin de un gatito. Entre nervios,
la guardo cuidadosamente.
Todo pasa muy
rápido hasta que estamos de nuevo fuera de la tienda. Es entonces cuando me doy
cuenta de lo que acaba de ocurrir. Drew no sólo ha recuperado mi guitarra, sino
que ha revivido el momento en que la vendí.
—Has hecho como
si nunca la hubiera vendido —le digo casi entre lágrimas. Él asiente con la
cabeza y me dedica una pequeña sonrisa.
—Como si me
hubieras hecho caso aquel día. Parece insignificante…
—Pero es lo
más original y bonito que han hecho
nunca por mí. Gracias.
Sin pensarlo,
me fundo en un abrazo con Drew. Le aprieto con mis brazos, ya con la guitarra
colgando de mi espalda. Le estrujo a más no poder hasta que él me devuelve el
abrazo.
—Me debes una
canción, no lo olvides.
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